miércoles, 23 de septiembre de 2015

Mi peor relato


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La abuelita Adela estaba muy torpe, pero aún se defendía sola para algunas tareas domésticas y para moverse por la casa. Las piernas, sus avejentadas piernas de 84 abriles, ya no le respondían como cuando era una aguerrida moza o una cincuentona fuerte y vigorosa.
"¡O que cosa más mala es la vejez, puñetas!", se lamentaba la abuelita Adela.
Ayudándose con su recio bastón de madera de nogal, llegó hasta la puerta que comunicaba con el sotano, en donde se guardaban los trastos viejos de un montón de años atrás. Antes de girar la manecilla de la puerta, se paró a pensar.
"¿Qué diantres hago bajando al sótano?; ¡Ay, Dios mio, ¿me permitirán estas piernas chungas llegar hasta ahí abajo?!; ¿Tropezaré y me romperé una cadera, un brazo, tres costillas y la cabeza?"
Le faltaban fuerza y salud, pero no andaba escasa de sentido del humor. Su nieta Purita solía comentárselo a sus amigas: "¡Mi yaya es una cachonda, chicas!"
Piano piano llegó al sotano.
"Vaya, pues aquí estoy, pero ¿qué diantres hago yo en el sotano?, ¿a qué he bajado?"
Recordó que había tenido una conversación con Purita y que, a raiz de ella, sintió el deseo urgente de bajar al sotano, pero...
"¿Por qué puñetas tenía que bajar yo al sotano?; ¿Qué hemos hablado Purita y yo?"
Y de pronto se le encendió una bombillita:
"¡Oh, cielos, hemos estado hablando de amantes!; ¡Oh, Teodoro, madre mia!"
Aún tuvo que mover varias sillas, dos cajas grandes llenas de antiguallas, una mecedora, un caballito de cartón, un baul pequeño, tres cestas de mimbre... hasta que llego al viejo armario negro, un enorme armario negro que ocultaba a...
"¡Teodoro!"
Era el armario en el que se escondió Teodoro, el amante de Adela, para que no le sorprendiese Julián, el marido de Adela. Y allí seguía el esqueleto de Teodoro. ¿Cómo es posible que se hubiese olvidado Adela de su amante?
(  No es posible, es absolutamente imposible. Este relato no tiene ninguna lógica, es de una absurdez infinita, pero está basado en un chiste corto que me hizo reír mucho cuando me lo contaron, y es que los creadores de chistes se trabajan lo absurdo con más maña que los escribidores de relatos. La brevedad del chiste consigue que el oyente se parta de risa sin pararse a pensar en sí está bien construido: "Esta es una nieta que le pregunta a su abuela: "¿Qué es un amante, abuelita?" La abuela se echa las manos a la cabeza y baja corriendo al sotano, abre un armario y... ¡allí estaba el esqueleto de su amante!, se había escondido al sentir que llegaba el cornudo" ) 

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