viernes, 18 de septiembre de 2015

Al otro lado del muro



Resultado de imagen de Chicos trepando a un  muro

- ¡Venga, chavales, el que no se suba al muro es un cagueta!
A Fernandito solo le gustan de los muros las lagartijas, pero no quiere que le llamen cagueta y es uno de los primeros en trepar. El que ha animado al grupo es Julianín, el hijo de Plácida la comadrona, y los demás son Crispulín, Manolito y Sebas, pero a este último le llaman "Cagolita" porque es muy pequeño para su edad; osea, una cagolita de oveja.
Crispulín aún no las tiene todas consigo y le planta cara a Fernandito.
- Jura por Dios que es verdad lo que has dicho que se puede ver al otro lado del muro.
- No lo juro por Dios porque es un pecado muy gordo, que lo ha dicho el padre Marcelo. ¿Tú no has oído el mandamiento de "no tomarás el nombre Dios en mano"?
- Se dice "en vano", tonto, ¡jaja! Vale, pues si es mentira te suelto un gargajo en la cabeza. Tú te agachas un poco y yo te escupo, o te meo, lo que prefieras.
- Vale, pues me escupes o me meas.
Trepan todos a lo alto del muro. Las ramas de una higuera casi les tapan de ver lo que hay abajo, pero Anselmo cambia de posición para que le vean mejor. No es la primera vez que vienen algunos a verle, sobre todo Fernandito, que es su principal propagandista.
Anselmo tiene el pantalón y el calzoncillo bajados, está agachado y luce un cipote de tamaño discreto en fase de enderezamiento. Claro que, para estos niños, más que discreto es enorme. Anselmo es un cuarentón exhibicionista que desafía a la moral católica del régimen, es decir, que se arriesga a que le den una paliza en el cuartel de la guardia civil.
Y Anselmo consigue atiesar el cipote ante el asombro de unos chavales y las risas de otros, dependiendo del nivel de picardía o de inocencia de cada cual.
( Basado en una experiencia vivida por mi cuando tenía siete u ocho años. Paco Rabal contaba en las entrevistas que le hacían una historia parecida )

4 comentarios:

  1. Sí, el exhibicionismo viene de muy, muy lejos, de siempre.
    Cuando niña, unos nueve años, un hombre me lo hizo en las cuevas artificiales de un parque.
    Yo corría y jugaba con mis hermanos y ese tipo aprovechó un momento en que pasé sola por allí.
    El caso es que poco antes lo había visto hablar con mi abuelo, que era quien nos llevaba. No se conocían, simplemente, el degenerado entabló conversación respecto a mí. Supongo que al saber mi falta de audición pensó que también era muda y podía hacerlo sin temor a ser denunciado.
    En un primer momento pensé en decírselo a mi abuelo, pero lo deseché porque sabía que le partiría la cara y el otro era más joven y fuerte. No quise que a mi abuelo le pasara nada.
    Le dije que me dolía la cabeza y quería volver a casa.

    Todos los niños no son como yo ni como los de aquellos tiempos que lo encontraban más o menos normal, por eso de pueblerinos de cochiquera.

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    1. Se me olvidaba, por ahí abajo he comentado desde dónde todavía no lo había hecho.

      ¡Buen finde!

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    2. ¡Joder, entonces se ha pegado la paliza usted esta noche!... Pues un millón de gracias por los comentarios. Exacto, el exhibicionismo es tan viejo como la Humanidad y quizá la perversión sexual menos dañina, pues al no poner las manos sobre un inocente no están causando tanto daño. Yo creo que ni llegan a herir sensibilidades, sino a conmocionar ligeramente a los más sensibles. Yo recuerdo que en las varias ocasiones que lo vi me sentí un poco aturdido, pero se me pasó al momento.
      ¡Feliz weekend!

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