La confesión del buen ladrón.

- Ave María Purísima.

- Sin pecado concebida. ¿De qué te acusas, hijo mio?

- Bueno, soy algo mayorcito para ser su hijo, ¡jeje!

- Es una forma de hablar, señor. Dígame sus pecados.

- Pues solo tengo uno y es contra el séptimo mandamiento, pero me ha resultado muy rentable. Entré en un chalet y me llevé todo lo que pude, y había cosas de mucho valor, se lo aseguro.

- ¿Estás arrepentido, hijo? Perdón, ¿está usted arrepentido?
- Bueno, pichí pachá, pero no pienso devolver nada nada, eh.
- Pero si no muestra arrepentimiento y se propone enmendarse, yo no puedo absolverle.
- Oiga, absuélvame porque yo sé que tiene que absolverme por huevos.
- ¡Caray!
- Y quiero que la absolución sirva para cien años, estoy en mi derecho. El dueño del chalet es un corrupto que está acusado de malversación de fondos públicos. Lo que le he robado yo es una insignificancia en comparación con lo que ha robado él. Y ya lo sabe usted: "el que roba a un ladrón, tiene cien años de perdón" ¿No dice eso la Iglesia?
- No, es un refrán simplemente, no lo dice la Iglesia.
- ¡Vamos, no me joda!
- Hable bien, estamos en Casa de Dios.
- ¡Como no me de la absolución le pego un par de hostias!
- ¡Vale, vale!... Yo le absuelvo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
- ¡Por cien años!
- Le absuelvo por cien años.
- Vale, y yo le prometo que dentro de cien años no volveré a pecar.
- Pues es un consuelo.