sábado, 5 de septiembre de 2015

Boca a boca





Resultado de imagen de niños lanzándose al agua desde un puenteResultado de imagen de dentadura postiza


Para el concurso de relatos veraniegos de El Periódico del Prat

Se llamaba Justino, como Justin Bieber, pero en español, lo cual significaba que era una persona mayor, pues desde hace unos cuantos años no es normal que se bautice a las criaturas con ese nombre u otros como Nicéforo, Abundio o Alcibiades. Los más respetuosos le llamaban Don Justino, aunque nunca había tenido dinero. Pero cierto día le sonrió la suerte en forma de pellizco del Gordo de Navidad. Vale, pues teniendo en cuenta este ascenso social, yo también le voy a llamar Don Justino en el relato. 
Fue el día más feliz de su vida, no tuvo que decir eso de "mientras haya salud" Y el primer gasto que hizo fue una dentadura postiza. Estaba contentísimo. El día en que estrenó la dentadura comió turron del duro y almendras garrapiñadas. Y todo gracias a Dios o al Azar, o a ambas realidades abstractas.
Llegó el verano y diose en pasear por los muelles como todos los veranos, sintiendo la brisa fresquita del mar al atardecer, el olor del salitre, saludando a los viejos conocidos y a los guardias, observando a las chillonas gaviotas y, sobre todo, babeando ante el paisaje de chavalas en topless que tomaban el sol sobre la arena de la playa. "Mira, por ahí viene Millonetis a darnos un repaso", solía decir alguna cuando se aproximaba el abuelete.
Pero ese día, el día en el que empieza a centrarse este relato, decidió acercarse al puente romano que hay entre el final de la dársena y la iglesia de Santa María. Desde él se arrojan los chavalines al agua, compitiendo por atrapar las monedas que les lanzan los turistas.
Don Justino estornudó con tanta potencia que la dentadura le salió disparada de la boca, cayendo en el agua. Un crió que lo vio le dijo: "¿Me da cinco euros si se la traigo?!"; "Si, si", contestó sin pensárselo Don Justino, visiblemente nervioso por haber quedado en ridículo y por miedo a perder su más preciado tesoro. Pero, para su asombro, se arrojaron al agua veinte chiquillos, ¡veinte!
"Pues vaya, puede originarse un conflicto gordo si se pelean entre ellos por mi dentadura, ¡madre mía!"
Pero no ocurrió tal incontingencia porque no apareció la dentadura. ¡Increible!, ¡no podía ser verdad que ninguno de ellos hubiese localizado la dentura!, ni siquiera dio tiempo a que esta llegase al fondo. Algunos mayores les increparon:
"Podeis ver una moneda de euro dentro del agua y no podeis ver una dentadura que es mucho más grande. ¡Vaya un atajo de mamarrachos!"

La casa en donde vivía Angelín con su madre Angela y su abuelo Facundino era la más pobre del pueblo porque sus moradores eran pobretones como perros callejeros. Bueno, no tanto, pero muy pobretones sí.
- Abuelito, te traigo un regalo, ¡toma! - Le dijo Angelín a su abuelo colocándole en la mano la ex dentadura de Don Justino. - ¡Venga, pruébatela!
Facundino recibió el regalo con una sonrisa de esas grotescas de los que no tienen dientes. Y al momento se metió la dentadura en la boca.
No le quedaba tan perfecta como un guante, pero podía apañarse. Aquella noche masticó unas rodajas de chorizo que le compró su hija Angela para que celebrase el acontecimiento.
- Ummm... ¡qué rico!, ya me había olvidado de lo bien que sabe el chorizo.
- Pero ya sabes que no puede ser todos los días, eh, papá. - dijo Angela.
- Y no te olvides de quitarte la dentadura para salir a la calle, no sea que se entere Don Agustín. - le recordó Angelín.
- Es solo para comer. - remachó Angela.

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