domingo, 2 de agosto de 2015

Posiblemente una historia triste.

Para el concurso de relatos

Resultado de imagen de playa del País Vasco

Posiblemente fue una historia triste o posiblemente no lo fue, pues mi imaginación se mezcla con el recuerdo de otra época en un torbellino de hechos reales y suposiciones.
Mi imaginación vuela sobre una pequeña playa del norte de España en Julio de 1.960. El calor ha animado a los bañistas a tomar posiciones en la arena y a los más osados a meterse en el agua. Muy pronto todos son osados y todos disfrutan del placer de chapotear como los patos, fingirse nadadores olímpicos o practicar la maldad de las aguadillas.
Esos tres niños que están colocados frente a la cámara Kodak que sostiene su tía, los tres con un flotador en la cintura, posiblemente seamos mis hermanos y yo. En ese caso yo soy el que está en el centro,  el del semblante enfurruñado. "¡Clic!" Ya está. Otra foto en blanco y negro que aparecerá al pasar una hoja de un álbum cincuenta años después. 
Oímos el motor de la avioneta publicitaria y miramos al cielo. NIVEA. Cuando la avioneta ya ha sobrevolado la mitad de la playa, lanza tres o cuatro pelotas azules muy grandes de NIVEA.
En la playa hay tres vendedores que hacen las delicias de la chiquillería y satisfacen también a los adultos. En el paseo que bordea la playa vemos el carrito de chucherías y al señor que las vende, aunque todavía no se llaman chucherías, son golosinas o porquerías. Es un señor mayor y en el carrito está muy bien expuesto el genero: pipas de girasol y de la calabaza, chupachuses, caramelos, gominolas, paloluz, regaliz, pan de higo, chicle Bazooka, chicle Dunkin... y también tebeos de Hazañas Bélicas y de El Capitán Trueno y El Jabato, y sobrecitos con cromos de futbolistas, de ciclistas, de la última película de Marisol y de Los Diez Mandamientos. Pero vamos a olvidarnos de este vendedor y de su mercancía porque no forman parte de nuestra historia.
El otro vendedor del paseo de la playa es un hombre fortachón de semblante tímido que empuja un carrito de helados cuando no vende y que se queda estacionado un largo rato cuando vende. Ofrece cucuruchus y cortes y los sabores son de mantecado, chocolate, limón y fresa. También vende polos de limón y de naranja. Piensa la gente que este hombre fue un gudari en la guerra civil y que combatió en las montañas de entre Bilbao y Santander contra los legionarios y moros de Franco. Piensa la gente que posiblemente le ha salvado de la cárcel o del fusilamiento la buena suerte o algún pez gordo o ambas cosas. La gente lo piensa pero no dice nada. No se habla ni en voz baja.
Bajamos ahora a la arena de la playa. Síganme. Ese señor que grita "¡El patateroooo!" es, como su grito indica, un patatero playero. Recorre la playa descalzo y con los pantalones arremangados. Colgando del brazo lleva una cesta de mimbre llena de bolsas de patatas, pero se vacía enseguida y vuelve a por más a cada rato. A los niños nos chiflan las "patatas de patatero", que así las llamamos para distinguirlas de las patatas fritas de nuestras casas. Son muy aceitosas y crujientes. También las llamamos "patatas a la inglesa" y nos las sirve en bolsas de papel porque el plástico todavía se usa poco. El señor patatero es muy moreno, morenísimo porque es un moro. Se ríe mucho y jamás pierde la sonrisa. La gente piensa que es uno de los moros que llegaron al norte de España con los legionarios para combatir contra los vascos y los cántabros. Lo piensan, no lo dicen. Hay miedo a decir lo que se piensa.
Por favor, síganme, volvamos al paseo. Dos guardias civiles muy serios están hablando con el heladero. La gente se aparta del carrito de los helados. Los guardias civiles dan miedo. Se lo llevan. No le esposan, pero se lo llevan. Es igual, si se escapa le aplican la ley de fugas: varios tiros por la espalda.
Posiblemente sea una historia triste y posiblemente no. Mucha gente piensa que el patatero delató al heladero y que a este le encarcelaron por mucho tiempo. Otros piensan que le fusilaron directamente. Pero también hay quienes piensan que solo le quitaron el permiso para vender helados y tuvo que buscarse la vida en otro pueblo.
Ya han pasado veintiun años desde el final de la guerra, ¡pero quién sabe!
Y, posiblemente, ni el heladero había sido gudari ni el patatero moro de Franco.

4 comentarios:

  1. Aquí en un pueblo llamado los Baños, Guardias Viejas, todavía puedes ver un carrito de helados, bonita historia.

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  2. ¡Estupendo, otro relato!
    Luego me lo llevo al concurso, gracias mil.

    ¡Buen día, Iñaki y Enriqueta!

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