( Episodio 34 ) Muertos de novela.

"Tarsicio le hizo un agujero en la cabeza a Martínez.
"¡Ya está muerto, gracias a Dios!"
Pero siguió disparándole por pura diversión. Vació el cargador en el cuerpo de aquel infame que violaba a las niñas de diez, once y doce años.
"¡Un asqueroso pederasta menos!"
Los escasos pasajeros que viajaban en aquel vagón del tren de Mataró, estaban paralizados por el pánico. Una señora embarazada se desmayó y el acordeonista que se buscaba la vida en el tren, un gitano portugués, se meó encima"
"¡Coño, no es un mal comienzo para una novela policiaca!", se dijo Evaristo Briceño cerrando el libro y volviendo a fijarse en la portada:
"CAMILO COSCOJUELA. 14 asesinatos en el tren de Mataró"
El nombre del autor aparecía en caracteres más grandes que el título de la novela, señal de que era un autor muy comercial.
Evaristo empezó a saborear la idea de que estar en posesión de este libro le podía reportar pingües beneficios. Estaba en posesión de libro, de una hojita de papel con un teléfono y de un teléfono móvil en el que aparecía el mismo número en enviados. El señor Altrincham había vuelto a colocar el papelito entre las hojas del libro cuando se lo devolvió su nieto. Y barruntaba que a la policía le interesaría encontrar al dueño de este libro. Pronto sus sospechas resultarían fundadas. Evaristo decidió esperar, no tenía ninguna prisa, tarde o temprano la policía iba a hablar. La policía raramente permanece callada cuando cifra sus intereses en la captura de alguien del que alguien podría dar referencias.

Taylor y sus hombres entraron como un ciclón en el vestuario de los currelas. El capataz, que había advertido la presencia de los polis minutos antes, les llamó en cuanto descubrió en el vestuario aquellas prendas que no pertenecían a los trabajadores, incluidas una peluca y una barba postiza.
- Y se han llevado ropa de trabajo nuestra, ¡hay que joderse! ¿A quién se le puede ocurrir algo semejante?
- A los terroristas - respondió secamente Taylor, y en la cara del hombre se reflejó todo el miedo del mundo. - ¿Hace cuánto tiempo ha sido esto?
- Pues... pues como mucho hace diez minutos, cuando un compañero y yo salimos de aquí después de tomarnos un café.

David Andrés hacía su trabajo de cargador y descargador de muebles como si fuese un autómata, mientras en su mente bullían una serie de preguntas alarmantes: "¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que Claudio me mande a la mierda?... El piso es suyo y sabe que le he querido robar. La situación entre él y yo es insostenible. ¿Cuánto tiempo va a pasar antes de que la policía me relacione con el libro y, por lo tanto, con la muerte del viejo. Ahora sí que lo tengo jodido. El libro ha podido ir a la basura y se está pudriendo en un gran vertedero, o está en la casa de alguien que no lo va a leer en su vida. Pero el móvil del viejo es casi seguro que esté en manos de la bofia. En este caso, ya están tardando mucho en venir a por mí"
Si con algo podía consolarse era con el hecho de que la relación con sus compañeros de trabajo había vuelto por sus fueros. Los que siempre se mostraron amables con él, seguían en la misma onda, y los cenutrios xenófobos le hablaban lo justo. A estos últimos que les diesen por el culo.

( ¡Continuará!, es de ley )