sábado, 15 de agosto de 2015

( Episodio 29 ) Muertos de novela.



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Fue en el trabajo, justo en el momento en el que colocaba en el camión un armario ropero, ayudado por otros compañeros. Claudio y él tuvieron una transmisión de pensamiento o telepatía. 
David Andrés se estrujaba las meninges con la cosa de cual podría ser el motivo del cambio de actitud de Claudio hacia  él. Llevaba toda la mañana sin dirigirle la palabra y sólo le respondía con monosílabos a alguna pregunta referente al trabajo. Solo sabía que esta hosquedad había comenzado la noche anterior en su habitación. ¿Qué había visto?... ¿Qué había pasado?
Claudio pensaba en la reserva de vuelo que vio en la habitación de David Andrés. Estaba en el espejo grande que colgaba en una pared de su habitación, en su parte inferior, metida unos pocos milímetros en la ranura entre el espejo y el marco. Por la mañana, cuando David Andrés se estaba duchyando, entró sigilosamente en la habitación para ver si el papel seguía allí. Y allí estaba. Una reserva para un vuelo de esa misma noche. ¡De esa misma noche! No le hacía falta ser detective para suponer que el infame David Andrés había intentado viajar a España la noche anterior con el dinero del cofre, pero se le habían torcido los planes. Su "doble" había sido el culpable del cambio de planes. Estaba todo muy claro. Una docena de policías se le habrían echado encima nada más poner los pies en el aeropuerto. ¡Qué grandísimo hijo de puta! Volvió a casa y recolocó la pasta en el cofre. ¡Me cago en su putísima...!"Y fue cuando David Andrés recibió la transmisión de pensamiento. "¡Hostias, la he cagado!" El mangui estaba pensando en otras cosas cuando dejó la reserva de vuelo entre el espejo y el marco, sin ser consciente de lo que hacía, siguiendo una tradición familiar, pues en su familia existia esa costumbre de "decorar" los espejos con documentos de todo tipo.


La puerta del flat de Cheetham Hill fue derribada violentamente por los agentes especiales antiterroristas al no tener respuesta de los habitantes de la casa cuando se les pidió que saliesen con las manos en alto. Tras el derribo de la puerta se lanzaron bombas de humo y se espero a la "respuesta habitual" en estos casos, la autoinmolación. La mayor parte de los agentes se habían distanciado muchos metros de la casa y los que derribaron la puerta se replegaron al instante, aún así corriendo un serio peligro. La onda expansiva podía causar extragos, pero confiaban en los gruesos muros de aquella vieja casona, la cual albergó una cooperativa obrera en los tiempos de la expansión industrial.
Pero no hubo bomba. No hubo autoinmolación. Los habitantes de la casa ya se habían marchado. Hamed y Alí iban camino del aeropuerto. Ahora, más que nunca, habían dejado de ser Donald y Robert.

( ¡Continuará! )

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