sábado, 4 de julio de 2015

El día en el que Adelita supo lo que era la vida.







1.925 en la costa de Cantabria.

Era la primera vez en su vida que veía el mar. Todo eso que tenía ante sus ojos era el mar. El mar inmenso. Desde las olas que rompían en las rocas o se dejaban morir silenciosas y espumeantes sobre la arena de la playa, hasta la línea del horizonte en donde se divisaba un barco mercante navegando hacia el Golfo de Vizcaya.
Ella estaba descubriendo el mar en una playita de Cantabria. La Mar, porque allí la llamaban La Mar, y existían las calles de La Mar y las plazas de Los Pescadores.
La mar inmensa. La mar de los bucaneros y los balleneros, de la Escuadra de las Cinco Villas. Mar llana o furiosa, brava o generosa de bancos de anchoas y sardinas. Y entre las nubes y el oleaje se exhibían familias de gaviotas escandalosas.
La madre de Adelita había muerto. Adelita permanecía extasiada ante el mar infinito, clavados sus pies en la arena de la playa. Hasta ahora había vivido en la árida llanura burgalesa, y desde ahora otra persona iba a hacerse cargo de ella. Otras personas. Su padre, el hombre que había abandonado a su madre después de nacer ella. Su padre y la mujer de este.
- Te gusta el mar, Adelita - preguntó su madrastra, una mujer que le había gustado a la niña nada más verla. Rosa María era una buena persona, la querían mucho en el pueblo, y no le importaba ocuparse de su "nueva hija" Más aún, estaba encantada.
- Es fantástico el mar, parece que no se acaba nunca! - respondió Adelita
"En donde comen mis dos hijos, puedes comer tú también", le había dicho sonriendo con ternura nada más recibirla.
Vivían del trabajo de pescador de Ramón, el padre, el hombre al que iba a conocer muy pronto.
Lo que ignoraba Adelita es que iba a conocer a su padre como nunca hubiese querido conocerle.
Aquello que flotaba a la deriva era una monstruosidad, no se trataba de una barca ni del resto de un naufragio. Era el cuerpo hinchado de un hombre tras varios días de muerte. El hombre era Ramón. Los peces ya le habían comido los ojos, los labios y las orejas, y el resto del cuerpo estaba lleno de mordeduras.
El día en el que Adelita supo lo que era la vida, lo supo conociendo el mar y conociendo la muerte. Con su madre no conoció la muerte porque Dios se la llevó poco a poco. La vio enferma durante muchas semanas. Se acostumbró al deterioro de su madre, lo vio normal. Pero lo de su padre no lo vio normal. Ese día en la playa conoció la muerte porque la muerte la asustó, y conoció sus efectos: el dolor inmenso de su madrastra Rosa María y de sus hermanastros, y la fealdad de la muerte representada en aquel cadaver horroroso. Y supo que la muerte puede llegar a ser tan injusta y canalla como para privar a una niña de conocer a su padre, pero conociendo un cuerpo inflado y masacrado por los peces, el cuerpo de su propio padre.
El día en el que Adelita supo lo que era la vida, lo supo porque el mar y la muerte se manifestaron ante ella con todo su poder y crueldad.
El mar que nos brindó la vida, del que llegamos a tierra siendo una pequeñísima forma de vida, puede privarnos de ella cuando se le antoja.
Ramón desafió al mar, a la mar.
- Le dije que no saliese a faenar con este tiempo, que no hay que burlarse de la mar, pero era muy testarudo. Al segundo día ya supuse que estaba muerto. - le explicó Rosa María a Adelita acariciándole el cabello.
Y Adelita jamás olvidó el día que conoció el mar y la vida. La vida emparentada con la muerte. La vida que le regaló una nueva madre. Una buena madre.

2 comentarios:

  1. Son sentimientos distintos, esperiencias distintas, pero el dolor es lo que mas dura y lo que tardas en sobrellevarlo lo mejor que puedes. buenos dias doño¡¡

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  2. El dolor dura más que "las alegrías", cierto es.

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