martes, 31 de enero de 2017

(64) El caso de la domadora asesinada.





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— Una mano muy grande, sí, muy grande. Yo la vi.
— Grande, grande... Muy bien, Paco. Y llamaste entonces a tus hermanos para que la viesen, ¿verdad?
Pero Paco necesita una respuesta para una duda que tiene, aunque no guarde relación con el muerto que se encontraron el y sus hermanos bajo los cascotes.
— ¿Por qué no te pones una gorra de policía y unas ropas de policía?... A ver si me estás engañando y tú no eres policía.
— Sí, sí soy policía, Paquito, y mi compañero también, los dos somos policías, te lo prometo.
— Yo no me llamo Paquito, no soy pequeño, yo soy grande, me llamo Paco — aclara muy enfadado el pequeñuelo de cinco años, y la inspectora Jiménez le escucha con una tierna sonrisa. Hace mucho tiempo que sus hijos no son pequeños y piensa en ello con una sensación de impotencia ante el inexorable paso del tiempo, mezclada con el hermoso recuerdo de las criaturas jugando en casa. ¡Oh, cómo pasa el dichoso tiempo!
— Perdón, perdón, Paco. Veamos, entonces llamaste a tus hermanos para que viesen la mano, ¿no es así?
Este curioso interrogatorio tiene lugar en el despacho de la directora del colegio, Doña Delfina Maroto, una divorciada cuarentañera de buen ver y largos cabellos teñidos de color zanahoria. Doña Delfina, "Delfi" para todos, incluso para los niños, escucha con atención y sonriendo el "interrogatorio" al canijo.
En un aula próxima, en la que no se dan clases, y que sirve para almacenar sillas, mesas, pizarras y chirimbolos diversos, el teniente Galdames trata de entenderse con Joaquina y Rafael.
— No, no hemos visto gente desconocida — responde muy seriecita Joaquina — solo los hombres que están tirando las casas.
Suena en ese momento el móvil del inspector.
— Dime, Báñez.
— Ya hemos identificado las huellas, teniente. Se va a llevar una sorpresa.


(Continuará)

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