lunes, 23 de enero de 2017

(59) El caso de la domadora asesinada



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Una escombrera en la periferia de Alcantarilla (Murcia) producto de la demolición de unas casas viejas. Alcantarilla está situada a unos seis kilómetros de la capital murciana y cuenta con más de 41.000 habitantes y una base de paracaidistas. (EZAPAC, Escuadrón de Cazadores Paracaidistas) Unos niños  gitanos juegan entre los escombros, son críos de entre cinco y ocho años. Un zagalillo moqueando pega unos cuantos gritos para alertar a los demás de lo que acaba de descubrir:
— ¡Una mano! ¡Una mano! ¡Aquí hay una mano!...
— ¡¿Qué dices, Paco?! — le contesta una churumbela de cara muy morena y ojos almendrados.
— ¡Una mano muy grande de hombre! ¡Aquí, ven aquí, Jacinta!
Se acercan Jacinta y el resto de los zagales, todos prestos a disfrutar del hallazgo porque estas cosas horribles solo se ven en la tele. El más osado de los chiquillos, uno que responde por el nombre de Rafael, mueve otros cascotes con gran esfuerzo y asoman un brazo, un hombro... ¡y una cabeza!, una cabeza que les mira con los ojos muy abiertos, pero no les ve. Los chiquillos huyen despavoridos.


Esa misma tarde, la inspectora se encuentra en su habitación del hotel trabajando en el ordenador portátil, consultando en los archivos de la policía casos sin resolver que puedan tener relación con el crimen que ella investiga. Hay asesinos reincidentes que son muy listos y se llevan sus horribles secretos a la tumba. Eso de que "no hay crimen perfecto" es una chorrada para dejar en buen lugar a la policía.
Se toma un descanso para leer la prensa digital de Murcia. En el periódico "La Verdad de Murcia" hay una noticia de última hora que le llama la atención (aunque en el caso de la prensa digital sería mejor decir "de último minuto") "Unos niños han encontrado esta mañana el cadáver de un hombre de aspecto magrebí que estaba sepultado bajo unos escombros" La noticia hace referencia a la localidad de Alcantarilla, no muy lejos de donde ella se encuentra, a unos cuarenta kilómetros aproximadamente, distancia que se cubre enseguida por la autovía.
Ni corta ni perezosa, dejándose llevar por su intuición, no tarda en ponerse al volante de su coche "Berenjeno" para rodar en dirección al lugar en donde le espera un cadáver que puede arrojar alguna luz sobre el caso que investiga... o embrollarlo más. No, ella piensa que puede ser el principio del final de la resolución de su caso. Se siente otra vez optimista. Vuelve a maquinar mentalmente: "El asesino se veía acorralado y ha decidido matar a Abdel Alim para que no le delate. ¡Uf, ¿y si es solo una corazonada sin sentido?!... ¡No, no, ese muerto es Abdel Alim, me jugaría toda la pasta del viaje en avión a Manchester para ver a mi novio!"
Encontrarse a su llegada al depósito de cadáveres con un cadáver que no fuese el de Abdel Alim, supondría para ella la decepción más grande de su vida. Telefonea por el "manos libres" al capitán Llorente.
— Sospecho que es el cadáver de Abdel Alim, mi capitán. El asesino de Karla Ambrossini le h asesinado a él también para que no le delate.
— Es usted muy imaginativa, Enriqueta. ¿Sabe la cantidad de cadáveres de magrebís que nos encontramos al cabo del año?... ¡Vale, vale, no me diga más!, espero que tenga suerte. Avisaré ahora mismo al Anatómico Forense de Murcia para que le abran el frigorífico en cuanto llegue.
— Le pondré al corriente en cuanto vea el cadáver, mi capitán.
Se quedó con las palabras de su superior:
"¿Sabe la cantidad de cadáveres de magrebíes que nos encontramos al cabo del año?


(Continuará)

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