miércoles, 25 de enero de 2017

(61) El caso de la domadora asesinada.



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Observó atentamente los cortes producidos por el cuchillo. Siete veces había hendido el asesino su cuchillo en el cuerpo del argelino, menos que en el cuerpo de la domadora. Una de las cuchilladas era mortal de necesidad, la que le había atravesado el corazón. Otra había tajado dos dedos de la mano derecha, pues sin duda el agredido intentó instintivamente protegerse con sus manos, no le pilló tan de sorpresa como a Karla Ambrossini.
Al día siguiente se interesaría por el resultado de la autopsia, aunque ya tenía muy claro como había sucedido el asesinato.
Efectivamente, así se lo confirmó el forense nada más concluída la autopsia. Hubo un intento de salvarse de la agresión por parte de la víctima.


— Se podía haber ahorrado la visita a la morgue — comentó el inspector Galdames de homicidios de Murcia — el muerto pudo ser identificado desde un principio porque llevaba la documentación encima, también un teléfono móvil de los más baratos e incluso algo de dinero, aunque poco, pero ese poco hubiese sido suficiente para un ratero, así que queda descartado el móvil del robo. Ciertamente se trata de Abdel Alim Saadi, originario de El Djedid, Argelia, con antecedentes penales por...
— Ya, todo eso lo sé. Hábleme, por favor, del lugar en donde lo encontraron. A usted le han encargado este caso, pero yo estoy investigando otro en el que Abdel Alim está relacionado o al menos existe esa sospecha.
— De acuerdo, ¿nos tuteamos entonces, colega?
Ambos eran inspectores y tenientes, no había por lo tanto necesidad de mantener una distancia en el trato.
— De acuerdo.
— Vale, nos tuteamos, puedes llamarme Damián.
— Yo soy Enriqueta.
Damián Galdames era alto y robusto, de piel morena, cabeza y cuello grandes y unos ojos negros profundos que reflejaban inteligencia. Practicaba artes marciales y era natural de Colindres, Cantabria. De todo esto se enteró Enriqueta mientras comían un bocadillo en el Bar Río Segura, muy próximo a la comisaría. Habían aprovechado la hora en la que el inspector tenía por costumbre tomarse un tentempié. Le preguntó a ella:
— ¿Vas a acercarte al lugar en donde apareció el cadáver?
— Sí, he pensado en hacerlo ahora mismo, después de hablar contigo.
— Alcantarilla está muy cerca, llegamos en cinco minutos en coche.
— ¿Llegamos?
— Sí, vamos juntos. Hay algo que no me encaja.
— ¿Sí?
— La forma en la que fue encontrado el cadáver. Como diría aquel: raro, raro, raro, raro.
El inspector Galdames no estaba exento de sentido del humor. La inspectora Jiménez Herrera sonrió.


(Continuará)

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