miércoles, 1 de febrero de 2017

(65) El caso de la domadora asesinada.



Resultado de imagen de cargador del móvil

— Dime, Báñez.
— Ya hemos identificado las huellas, teniente. Se va a llevar una sorpresa.
— ¡Venga, dame esa sorpresa!
— Se trata de Gerardín, ¿le recuerda?
Báñez sabía muy bien que su teniente no podía haber olvidado a Gerardín. La pregunta llevaba implícito un sarcasmo, pero a Galdames no le desagradaban estas cosas de sus subordinados.
— ¡Coño, Gerardín! ¡El famoso Gerardín! — vio que los niños le miraban con los ojos muy abiertos y se arrepintió de haber dicho "coño" — ¡Gerardín, como para no recordarle!
Gerardín era Gerardo Urdielles, un niño con cuerpo de hombre, pero de hombre muy robusto, aunque sería mejor decir un hombre con mente de niño. Hacía cosa de cinco años que este hombretón complicado había estrangulado a su abuela con el cable del cargador del móvil, y lo hizo porque la muy tacaña le negó el dinero que le había pedido para pasar un rato con una puta del polígono industrial Las Mercedes, un rato que consistía simplemente en una felación, pero que a Gerardín era lo que más le gustaba de todas las prestaciones de la puta, a la cual consideraba su única amiga, y era lógico porque ninguna de las mujeres del barrio había accedido a hacerle felaciones. Solo ella, Marisa, era buena. Las demás eran malas, muy malas.
Los inspectores dieron por finalizado el intento de averiguar si los niños habían visto a alguien extraño merodeando por los alrededores de la escombrera en los días anteriores.
Entraron en el coche del teniente Galdames.
— Mañana sigues sola, Enriqueta, yo tengo que sumarme a un dispositivo para sorprender a una banda de narcos en Las Torres de Cotillas. Pero te dejo tarea.
— ¡Ah, qué bien!
— Te toca interrogar al hombre que cubrió el cuerpo de Abdel Alim con cascotes, y te aseguro que es un tipo especial, Apriétale las tuercas, cabe la posibilidad de que viese al asesino. Pero ándate con tiento, los policías no somos santos de su devoción. Bueno, tampoco le gustan los curas, ¡je, je!
Y el inspector se extendió unos minutos hablando de Gerardín, mientras el coche seguía parado.


(Continuará)

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