lunes, 6 de febrero de 2017

(68) El caso de la domadora asesinada.





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El calor en Murcia durante los períodos estivales puede pasar de agobiante a asfixiante. Un gran número de murcianos abandona la ciudad en esos meses para disfrutar de las playas del Mar Menor o bien de Aguilas o Puerto de Mazarrón. Pero los que continúan en la city, los cuales si pueden no salen de casa hasta altas horas de la tarde, aprovechan "para hacer piernas" en cualquiera de las dos paseos clásicos: el "Tontódromo" y el "Malecón" El "Tontódromo" debe su nombre, fíjense ustedes, al hecho de ser frecuentado por parejas que "tontean", es decir, por enamorados, por parejitas, por novietes... Y el "Malecón" es un malecón auténtico, "muro de contención de las aguas", de kilómetro y medio de longitud, aunque el mar esté tan lejos, pero se construyó tras una riada fortísima, un desbordamiento del río Segura por el cual perecieron ahogados muchísimos murcianos y se ocasionaron grandes daños a la ciudad. Esto sucedió en 1.420, pero en 1.736 se reconstruyó  para hacerlo más fuerte, dirigiendo las obras el corregidor Francisco de Luján. Y un filántropo local, José María Muñoz, puso de su bolsillo dos millones de reales, gesto este que provocó la admiración y el agradecimiento del pueblo, y se sintieron tan gozosos los huertanos que el filántropo aprovechó la coyuntura para costearse su propio monumento y verse así inmortalizado en vida. Dicha estatua, que en un principio estuvo en la plaza de Los Camachos, hoy puede verse al final del Malecón, es decir, en el extremo de este más alejado del casco urbano. Y a partir de este punto se puede seguir por una carreterilla hasta un pueblo llamado La Ñora.
Enriqueta paseo por el Malecón mezclada entre los paseantes con perro y sin perro, los abueletes con bastón o andador, los "runners" y algún que otro "skater" Antes de ir al hostal cenó en el restaurante "La Huertanica", degustando una ensalada murciana y una tortilla francesa que dejó casi enteras porque no es de mucho cenar. Cuando iba a pagar la cuenta, sonó la alarma del móvil.
— Buenas tardes, colega — no se presentó porque su voz grave, ligeramente ronca, siempre le delata — Me temo que no me vas a contar ninguna novedad.
— ¡Caramba, ¿cómo lo sabes?!
— Porque Gerardín salió de su casa esta mañana, estuvo dando una vuelta por Murcia y al final la lió gorda. Lo tenemos encerrado en un calabozo.


(Continuará)

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