lunes, 13 de febrero de 2017

(73) El caso de la domadora asesinada.





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— ¡Vi gato!, sí, ahora me acuedo, había gato en el coche.
— ¿Gatos?... ¿Viste gatos en el coche?
— Eh... ¡Oh, me duele la cabeza!
— ¡Vamos, no me jodas, capullo!
— Me duele la cabeza y ahora no me acuedo en donde vi lo gato.
— ¿No me has dicho que viste los gatos en el coche?
El inspector Galdames estaba desesperado, prefería interrogar a un canalla antes que a un tonto porque los tontos son desesperantes. Tomó el relevo la inspectora Jiménez Herrera en su rol de "poli buena"
— ¿Viste los gatos asomados a las ventanas del coche?
— No lo sé. Ya no me acuerdo si vi lo gato en el coche o en otro sitio.
Volvió al ataque el inspector:
— ¿Quién te ha dicho que si te encuentras un cadáver en las calles debes enterrarlo inmediatamente? Bueno, lo que tú entiendes por enterrar, porque eso no es un enterramiento, es una chapuza de un tonto. Un enterramiento es introducir el cadáver debajo de la tierra, ¿te enteras o no?
Enmudeció unos segundos Gerardín, luego volvió a lo suyo:
— ¿Me va a mandá al psiquiátrico el juez? Yo lo hice sin queré.
— ¡Claro, como todo el mundo!, todos vamos por la calle tocando el culo a las artistas callejeras y pegando patadas en los culos de las mujeres policías.
Pero a la teniente Jiménez Herrera seguía rondándole por la cabeza lo de los gatos.
— Gerardín, cariño, ¿eran gatos grandes o pequeños?
— Grandes.
— Ajá, ¿y el hombre dejó algún gato muerto junto al cadáver?
— No me acuedo ya, igual lo gato lo vi en otro lugá.
— Pero eran grandes, eso sí lo recuerdas, ¿verdad?
— ¡Joder, Enriqueta! — gruñó el inspector — si hubiesen dejado allí cadáveres de gatos los hubiésemos visto.


(Continuará)

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