viernes, 3 de febrero de 2017

(67) El caso de la domadora asesinada



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Pero la inspectora Jiménez Herrera no dio tan pronto con Gerardín. Su madre, una señora al parecer tan obesa como el hijo, bigotillo y morro permanentemente ceñudo, le informó a la investigadora de que su conflictivo retoño se había ido a dar un garbeo a Murcia capital.
— No sé que habrá ido a hacer a Murcia ni me importa. Solo me ha dicho que se iba a Murcia. Yo hace tiempo que no me preocupo más que de que se tome las pastillas. Desde que mató a mi difunta madre, mi hijo no es para mi más que un animal al que hay que alimentar, como si fuera un cerdo, y cuando se muera será un mendigo repugnante. Ya se lo podían haber quedado en el psiquiátrico de El Palmar. Pero no, me convencieron de que lo del asesinato de abuela había sido una "locura transitoria" y que era muy difícil que volviese a hacer algo parecido, sobre todo si se toma la medicación todos los días. Fíjese usted, mi podre madre, que no le gustaba para nada el teléfono móvil, y va y la estrangula con el cable del cargador del móvil. Yo, por si acaso, procuro tener siempre un cuchillo cerca por si le da por intentar asesinarme a mi también. Le juro a usted que le clavo el cuchillo aunque sea mi hijo. ¡Por todos mis muertos que se lo clavo!
— Pues siento mucho lo de su madre — dijo Enle
riqueta por decir algo. Teniendo en cuenta que su colega Galdames le había dicho que Gerardín era más bien "pacífico" y que le daba yuyu la sangre, pensó que algo muy duro le habría dicho la abuela para sacarle de sus casillas hasta el punto de asesinarla. A tenor de sus obsesivas paranoias, era más fácil que a estas alturas se hubiese cargado a un cura o lo hubiese intentado con un policía. Un policía o incluso una mujer de las que se resistían a poner la boca en donde él quería.
Así que esperaría al día siguiente para hablar con el singular ciudadano Gerardo Urdielles, alias Gerardín, ¡todo un personaje! Tomó un autobús urbano para ahorrarse el taxi y porque no tenía ninguna prisa. El bus la dejó en el mismo centro de Murcia, en la Gran Vía Escultor Francisco Salzillo. Ya había telefoneado al hostal de San Pedro del Pinatar para que le hiciesen el favor de sacar sus cosas de la habitación a fin de no tener que pagar más días, y que mañana por la tarde se acercaría a pagar la cuenta y llevarse la maleta. En este viajecito a Murcia capital solo se había traído una braga y un sujetador de repuesto, además del cepillo y la pasta de dientes. En Murcia se había alojado en el hostal Segura, un establecimiento económico pero decente, en el mismo centro de la city. Aprovechó que el sol ya estaba bajo para hacer lo que hacían un gran número de murcianos de los que no estaban en la costa: pasear por el famoso "Malecón" Le hizo mucha gracia descubrir que existí un malecón en una ciudad situada a cuarenta kilómetros del mar.


(Continuará el próximo MARTES 7)

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