martes, 21 de febrero de 2017

(75) El caso de la domadora asesinada.



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Aquella tarde, la inspectora Jiménez Herrera regresó a San Pedro del Pinatar para pagar la cuenta del hotelito y traerse el equipaje a la capital, ya que la investigación continuaba en la capital de La Huerta. Pero antes quiso acercarse al circo, al "Gran Circo de la Atlántida", origen del caso de la domadora asesinada. Se llevó una sorpresa al encontrar el terreno que ocupó el circo desocupado. Los circenses habían plegado la carpa y se habían largado, carretera y manta, a otro pueblo. Nada nuevo en su mundo de nómadas.
No tardó en localizarles en Pilar de la Horadada, el primer pueblo alicantino siguiendo la ruta de la costa, tras dejar atrás San Pedro Del Pinatar y el Mar Menor. Ahora estaba de nuevo en el Mare Nostrum. Se entrevistó con todos sus conocidos del caso, el matrimonio Talledo, padres de la finada, y el matrimonio desparejado de Mateo Santos y Jesusa Sánchez, "Miss Martinelli" Solo llevaba tres días sin verles y daba la impresión de que había pasado mucho más tiempo. También habló con Cristino Beniaján, el domador de monos y payaso augusto. (El clown era Desiderio Talledo, que a su vez se ejercitaba en el arte del ciclismo acrobático con su señora y sus perritos, como recordarán mis sagaces lectores) Miss Martinelli no pudo reprimir las lágrimas al oír de labios de la inspectora que Abdel Alim había sido asesinado. Mateo Santos se limitó a mirar para otro lado. Cristiano Beniaján elevó la vista al cielo como buen cristiano y católico practicante. Las esperanzas de la teniente Jiménez Herrera de que ahora, muerto Abdul Alim, le hiciesen alguna revelación importante, fueron vanas. Nadie sabía nada o alguien necesitaba ocultar algo. Al menos eso creía ella. No quiso encontrase con el viejo Tobías Carretero, el hombre repulsivo que tan mal la había tratado de palabra, y sobre el cual la informaron que se sentía hundido desde que metieron en la cárcel a su enano Marcial. No quería hablar con nadie.
Cuando ya se iba vio al viejo pony comiendo hierbajos en el descampado, atado a una cuerda fuerte cuyo extremo permanecía sujeto a una gruesa estaca clavada en la tierra. Le pareció que el pobre animal tenía más mataduras que el día que le vio en el circo, aquella aciaga tarde cuando el sabio Incitatus averiguó su nombre. "¡Dios, que horror, qué mal lo pasé!" Y aún no había transcurrido una semana. "¡Hay que ver cómo vuela el tiempo!"




Días atrás


¡Era él, Abdel Alim! Le vio bajarse del autobús y tomar la dirección que, a buen seguro, le llevaba al circo. Caminaba a paso apresurado. No le cupo la menor duda de que venía a por él. Lo había sospechado el muy cabrón. ¡Sí, Abdel Alim había sospechado que él era el asesino! quizá porque aquella noche habló más de la cuenta. Se alegró de estar en el pueblo y no en el circo. Ya era muy tarde. Se había acercado al único bar abierto a esa hora a tomar una copa. Se congratuló de que Abdel Alim no le encontrase en el circo porque, de ser así, alguno de los dos hubiese acabado muy mal"
"Ahora ya sé yo quién es el que va a acabar mal"


(Continuará)

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