martes, 17 de junio de 2014

Tres casos del inspector Madero ( 9 )








Costumbrismo madrileño

El "machaca" de los trileros le hizo señas elocuentes al castañero que estaba situado a unos veinte metros de los mangantes, indicándole que ya iban por los 200 euros. El "pringado" ya llevaba perdida esa suma y aún se pensaba que podia ganarle a su competidor, el hombre que amablemente le habia invitado a jugar permitiendole ganar 10 euros en su primera apuesta. La capacidad persuasiva de los "ganchos", su excelente trabajo en equipo, funcionaba como una máquina perfectamente engrasada, una maquina de vaciar los bolsillos de los incautos.
El "machaca" era el más torpón de los pillos, no valía para gancho, por eso le asignaban la mision de "dar el agua" cuando divisaba en lontananza el coche de la "bofia", cosa que ocurrió en este mismo momento.
- Agua!, agua!
Los trileros se evaporaron en un santiamén dejando al "isidro" absolutamente pasmado. También se "abrieron de naja" los de la banda de rateros argelinos que tiraban de bolsos, carteras, móviles, cámaras fotógraficas y de video de los confiados turistas que acudían al Museo Reina Sofía, especialmente de las japonesitas y los viejos anglosajones.
Pero la eficiente policía municipal madrileña solo venía a por los tres o cuatro viejos que venden libros de segunda mano y quincalla ( el fruto de "la busca" nocturna en las papeleras y contenedores basuriles ) en la acera del Hotel Mediodía y el Bar El Brillante ( el de los grandes bocatas de calamares ) Aquella pobre gente estaba a años luz de los topmanteros de los cedés y no significaban ninguna competencia para las tiendas. Una vez más los "munipas" demostraban su "firmeza" ante una falta administrativa que les distraía de acciones más arriesgadas... y necesarias.
El inspector Madero se alojó en el Hotel Mediodía. No era muy caro, pero en el caso de que la investigación en Madrid se prolongase, buscaría una pension económica. No estaba dispuesto a despilfarrar el dinero de las dietas como cualquier politico sin escrúpulos. En todo caso prefería hacerle un buen regalo a Encarnita.
La habitación no estaba mal, pero tampoco era un lujazo. Lo mejor de todo es que le ofrecía una hermosa panorámica de la glorieta con la estación ferroviaria y el soberbio edificio del Ministerio de Agricultura. Su habitación estaba en la tercera planta. También alcanzaba a ver la célebre Cuesta de Moyano, la de las viejas casetas grises de compra y venta de libros, y una parte del histórico Jardín Botánico.
Miró hacia abajo. Los vendedores marginales no se habían vuelto a colocar, quizá porque temían una nueva emboscada de los "munipas" ( a veces estos fingían marcharse, pero daban rapidamente una vuelta a la manzana y les sorprendían de nuevo ) o quizá porque les habían quitado todo el género.
Entonces vio con indignación como unos jóvenes magrebís ( luego se enteraría de que eran argelinos ) rodeaban a unas jovencitas japonesas para robarles, ante la pasividad de los transeuntes y actuando de forma muy rápida. Las chicas se resistieron, pero los delincuentes las "convencieron" con un par de puñetazos y un corte de navaja.
La diplomacia japonesa ya había protestado ante estos ultrajes, advirtiendo incluso de que aconsejaría a sus paisanos que no viajasen a España, pero el nuevo "costumbrismo madrileño" se resistía a desaparecer.

( Continuará )

1 comentario:

  1. ¿Sabe si dejan participar gatos? Porque vi un vídeo de un minino que no hay trilero que se le resista, oiga. También podríamos usarlo en política porque total, entre los cerdos que la hacen, no se uba a distinguir más que en que a él no se la dan con queso.

    Una de las veces que fui a Madrid, mi amigo me registró en un aparthotel de la cadena El Galeón. No era barato, pero lo compensaba con creces: amplio salón-comedor, cocina equipada, baño -bañera larga-, dormitorio para bailar un vals, TV, teléfono y wi-fi para el portátil.
    Había una pega, que estaba reservado anteriormente para el tercer o cuarto día de los seis que iba a permanecer allí, conque mi amigo me registró para esa sola noche en un hotel cercano, normalito. ¡Ja! ese zulo con ducha, una silla bajo un ventanuco interior y apenas espacio para la maleta, costaba lo mismo que el espacioso apartamento. Y estaba a dos calles, ¿eh? en la misma zona.

    La última vez que estuve, en Torrejón de Ardoz, era una rumana la que se paseaba por la zona timando. Me pidió 50 céntimos que según ella, le faltaban para tomar el autobús. Se los dí. Pero al día siguiente, mientras tomaba una cerveza en una terraza, esperando a mi amigo, se me acercó de nuevo con el mismo rollo. Le dije que no, que la recordaba del día anterior y que basta de timar. Se fue corriendo.
    Hoy ya no hay timadores autoctónos, cosas de la globalización.

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