miércoles, 18 de junio de 2014

Tres casos del inspector Madero ( 10 )







Atocha arriba



Visto lo visto, Madero sintió vergüenza ajena, un muy fuerte ramalazo de vergüenza ajena, provocado por los policías que "permitían" aquel estado de cosas. Esta policía tan "valiente" con los vendedores callejeros, tendría después su parangón en la policía maltratadora de unos ciudadanos que se manifestarían contra los "ajustes económicos" de un gobierno inepto: una pandilla de neofranquistas vendidos a los capitalistas salvajes provocadores de una gravísima crisis.
Se dio una ducha, se cambió de calzoncillos y calcetines y se puso la zamarra de cuero. A pesar del solillo, los vientos fríos procedentes de la sierra del Guadarrama se hacían muy presentes en las calles de la Villa en esta época invernal.
Hasta Antón Martín solo había una parada de metro, pero decidió subir la "cuesta de Atocha" andando. A fin de cuentas no era una cuesta muy pronunciada y necesitaba estirar las piernas después de la larga "cabalgada" en coche. Eso y la ducha que se había dado, le mantendrían espabilado toda la tarde.
Recordaba muy bien aquella zona de Madrid de cuando le daban libertad en la Escuela de Guardias Jóvenes de Valdemoro y se acercaba a "los Madriles" con algunos compañeros para beber, intentar ligar o ir directamente a putas.
"Cuántisima historia hay aquí!", pensó observando el entorno. Al otro lado de la calle estaba la casona que albergó en su día la primera imprenta de El Quijote. En alguna de aquellas calles que daban a Atocha se encontraba el convento de las monjas Trinitarias, donde yacían los huesos del inmortal Don Miguel, el glorioso "Manco de Lepanto" Por un momento fantaseó con la idea de que iba a cruzarse con Alatriste y su amiguete Quevedo. Alatriste es un personaje ficticio de Pérez Reverte, pero hecho a imagen y semejanza de muchos héroes de los Tercios de Flandes. También rememoró a Lope de Vega y Calderón, dos habituales de estos andurriales, unos andurriales que entonces no contaban con la gran lengua de asfalto de ahora, pisada por endemoniadas máquinas rodadoras y rebuznadoras de bocinazos. Tampoco frecuentaron estos lares los argelinos ladrones, porque cuando aquello se llamaban "berberiscos" y operaban por las costas de Levante.
Enseguida llegó a la Plazuela de Antón Martín y descubrió el Bar Praia y su pizarra exterior: "Desayunos, churros y porras, raciones, bocadillos" Simultáneamente tuvo otro recuerdo: A muy pocos metros de allí, siguiendo Atocha en dirección a la Plaza de Benavente, estaba el trístemente célebre inmueble "55 de Atocha", en donde una banda de inmundos animalejos fascistas mataron a varios abogados laboralistas. Decididamente, lo mejor y lo peor de la Historia se mezclaba en aquella ancestral calle madrileña.


Entró en el Bar Praia y se dirigió al que supuso que era el dueño, porque era el único hombre negro entre los tres barmen que operaban en la barra.
- Qué va a tomar el caballero?
- Póngame un cafelito, por favor. Que sea cortado.
De pronto había recordado que los madrileños castizos suelen decir cafelito.
Sin darle tiempo a que se girase hacia la cafetera, le dijo:
- Estoy buscando a una persona y quizá usted pueda ayudarme.
- Dígame, caballero.
- Se trata de un chico que trabajó aquí hace unos cinco años. Se llama José Luis Calvillo.
El caboverdiano lo pensó sólo un segundo.
- Pues no, no recuerdo a nadie con ese nombre.
Y de inmediato se volvió hacia la cafetera.
Madero no estaba dispuesto a que le tomasen el pelo. No tenía una puñetera pista del caso, pero sí tenía muy claro que José Luis sí había trabajado allí.
- Pues yo recuerdo que sí trabajó aquí!!
Lo dijo en un tono tan alto que el caboverdiano se volvió asustado.


( Continuará )

2 comentarios:

  1. Como siempre, es un excelente narrador de situaciones históricas.

    ¡Ta... ta... chán! Madero en acción.
    Corro arriba a enterarme.

    (Amigo mío, cuando me meti en los controles no miré nada más que a lo que me envió usted, conque estoy en albis del material guardado)

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