martes, 24 de junio de 2014

Tres casos del inspector Madero ( 14 )







Pasado y presente

Bibiano se alojaba en una pensión miserable de la calle de La Espada, muy cerca de Tirso de Molina. Madero le siguió hasta allí. Al día siguiente, si Rubén no le buscaba para establecer el contacto, vendría a buscarle a la pensión, aunque le quedaba otra opción: la cuesta de Moyano. Se preguntó si no estaba siendo demasiado correcto, quizá lo mejor hubiese sido abordarle la primera que le vio por la calle, pero eso podría haber provocado que el marginal se negase a hablar.
Aprovechó las primeras horas del anochecer para hablar con Encarnita y con Jiménez. Su subordinado no había encontrado aún ninguna pista que le llevase algún sitio. El tampoco, pero al menos se sentía satisfecho por seguir a aquel chorizo, algo era algo. Quizá no fuese en vano el esfuerzo de sus dos primeros días en Madrid. El descubrimiento de que el difunto tuvo una "vida oculta" en la capital del Reino, ya era un acicate para él. A lo mejor su asesino lo hizo para saldar una cuenta pendiente. "No me lo cobro en money, pero me lo cobro con tu vida", algo muy propio de hampones.
A la mañana siguiente se dio un paseo por el Retiro. Recordó los buenos momentos de su luna de miel, cuando Encarnita y él viajaron a Toledo, Avila, Aranjuez y Madrid. Estuvieron muy amartelados y se hicieron muchas fotos en la "Casa de Cristal" y a bordo de una barquita en el popular estanque, en el cual, según cuentan las crónicas, "midieron su esfuerzo" los remeros de Castro Urdiales y Vizcaya "delante de la reina de las Españas", Doña Isabel II, una reina tan desastrosa como carismática, lo mismo que su señor padre, Don Fernando VII.
Al salir del Retiro, según bajaba por la Cuesta de Moyano, se encontró con el ladrón de chocolate.
- Vale, pues que sí, que va a hablar con usted, pero que no tiene mucho que decir.
- En dónde está?
- Dentro de una hora aquí mismo.
- Vale, gracias, Rubén.
Y le extendió un billete de veinte euros.
- Toma, para chocolate, pero del bueno, no del de fumar.
La caminata le había despertado el apetito, así que se acercó hasta la típica y cutrecilla "La Casita de los bocadillos" y pidió uno de panceta con pimiento verde. Acompañó la degustación con una cañita de tintorro peleón. En la barra del diminuto establecimiento ( su pequeñez no admitía mesas ) se mezclaban turistas, mendigos y algún oficinista con su traje y corbata. Las palomas y los pajaritos entraban osadamente a por los restos de los bocadillos esparcidos por el suelo. Justo enfrente, al otro lado de la calle, la planta baja de un antiguo edificio, estaba ocupada por un MacDonalds, que hacía esquina con el Paseo del Prado, y la famosa discoteca Kapital. A pocos metros de La Casita de los Bocadillos, casi en la esquina de la glorieta, una señora vendía frutos secos en un antiquísimo puesto, tan antiquísimo que la licencia de venta había sido obtenida en tiempos de Carlos III. Pocos años después, el nuevo gobierno municipal "conservador" de Madrid, denegó la renovación de la licencia y desapareció otro símbolo del viejo Madrid.
Abandonó el establecimiento y se dirigió a Moyano, cruzando primero Atocha y luego el Paseo del Prado. Un estrépito de sirenas policiales le alertó de la presencia de varios coches de munipas y nacionales al principio de la popular Cuesta. Al acercarse al lugar vio que los munipas estaban espantando a los curiosos. Dos policias nacionales colocaban las cintas amarillas de "línea de policía, no pasar"
Madero tuvo un presentimiento negativo y acertó. En el suelo había un cadáver al que acababan de tapar con el papel plateado que se utiliza para tapar a los fiambres de la calle hasta que llega el juez. Dos vagabundos pasaron por delante de Madero. Uno de ellos le dijo al otro: "Ha sido el hijo de puta del Loco que se ha cargado al Bibiano. Le ha metido un par de "mojadas"

( Continuará )

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