sábado, 5 de abril de 2014

Uno a uno y sin prisas ( LXII )







( Una escena del film "Las brujas de Salford" con Renata Otolina )



El corpachón de Maximino Madero y las turgencias apetecibles de Celia Sanfelices, danzaron sexualmente con el frenesí de dos anatomías limitadas al vigor de sus 49 años, ella, y de sus 55 años, él. Con calma pero con ardor, con esa pasión de los veteranos que han aprendido a hacer el amor sin prisas pero sin pausas, recreándose en las zonas erógenas favoritas de sus parejas, volcados en satisfacer más a su amante que a uno mismo.
Para el guardia fue una novedad el verse repitiendo coito al poco de haber concluído el anterior. Hacía muchos años que no se entregaba a un bis con Encarnita. Tras la eyaculación caía ipso facto en brazos de Morfeo. Y muchas veces, al despertar, sentíase culpable por no haberse interesado por ella, por sus orgasmos, por la felicidad sexual de su ser más querido. Pura contradicción. Pero también le frenaba que Encarnita era una mujer muy conservadora y religiosa a la que le daba vergüenza hablar de sexo hasta en la cama.

Celia mordisqueó su barbilla mientras él deslizaba la yema de su dedo índice por la aureola de uno de los negros y grandes pezones de su amada. Como ninguno de los dos fumaba, el "entreacto" seguía siendo sexual.
- Me has dado mucho placer, Maximino.
- Tú a mi también, Celia.
- En qué piensas?
- En nuestra locura.
- Je, je, es la más hermosa locura de los seres humanos, no te parece, Maximino?
Se le hacía rarísimo escuchar su nombre propio. Ni los guardias de su promoción, con los que más confianza tenía, se dirigían a él por su patronímico. Ellos eran para él Ramírez, López, Sanchidrián o Coscojuela, como su amigo el municipal. Y él era para ellos Madero. Y Encarnita le decía "Maxi"
"Jo, por qué me vendrá Encarnita a la cabeza a cada rato, precisamente en estos momentos?"
Un cierto bajotraimiento se imponía a su orgullo de macho fornicador. Arrepentimiento pos coito?...
Ocupaban una coqueta habitación en el Hotel Algorta de Portugalete, cerquita de la ría y del Puente Colgante, una habitación reservada a nombre de ella esa misma tarde.


A ochenta kilómetros de allí, dos rostros muy sonrientes se disponían a hacer feliz a una de las cuatro actrices nominadas. Tony Zamora y Estrella Rocha abrieron los "sobres de la suerte"
- Y el premio a la mejor actriz protagonista es para... Dilo tú, Estrella.
- Pues es para... Renata Otolina por Las Brujas de Salford!
Una jubilosa actriz madura subió al escenario en medio de la algarabía general y los flashes de los fotógrafos.
- Gracias!, gracias!, gracias!... me haceis muy feliz, muy feliz!
La gente de la profesión ya sabía que sus lágrimas eran "puro teatro" porque Doña Renata era una grandísima cómica y estaba ya de vuelta de premios, homenajes y otras glamourosas servidumbres del oficio.
Llegado este momento de la gala ya había sido concedido el premio al mejor actor: Peter Byrne por Drácula en el Congo. Sólo faltaba el "premio gordo", el que se daba a la "mejor película.


( Continuará )


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La zurbahistorieta del sábado

Dos cuentos en uno

El temporal azotaba con fuerza al pequeño navío de dos mástiles, meciéndole entre las gigantescas olas como si fuse una cáscara de cacahuete. "Dios mio, las posibilidades de salvación son mínimas!", pensó afligido Robinsón. Pensó o rezó.
El capitán se desgañitaba dándoles órdenes a sus hombres, pero estos ya habían perdido la fe, estaban agotados y a algunos se los habían tragado las olas.
Finalmente un rayo terminó por destrozar el velamen y abrió un boquete entre las cuadernas de estribor. Y el velero se fue a pique.
Robinson era un hombre fuerte y sano, además de un gran nadador. Aunque veía la muerte cerca, intentó controlar su nerviosismo para prolongar la vida. Un golpe de fortuna puso ante sus ojos un grueso madero que se mantenía a flote como un coloso enmedio del temporal. Posiblemente de los restos de otro naufragio. Se aferró a él y flotaron juntos durante varias horas.
Amaneció con la mar en calma. A lo lejos se divisaba una costa. La corriente le llevó hasta una recoleta playa, casi oculta entre los acantilados. Cayó sobre la arena agotado y se durmió.
Tuvo el peor despertar de su vida. Le habían inmovilizado atándole con cientos de cuerdas que a él le parecieron hilos. Docenas de pequeños hombrecitos verdes se movían a su alrededor como hormigas. Su estupor era mayúsculo. "Cómo es posible que existan estos seres diminutos?!... Por qué me habrán atado?... Temerán que los pise?"

La Guardia Civil había hecho un excelente trabajo. El cabo Ciriaco y el teniente Rebollo compartían tabaco y conversación.
- Esto no se lo va a creer nadie, mi teniente.
- Pues los periodistas están al llegar.
- Joder, cuidado que es grande el tío, eh!... Oiga, mi teniente, cómo se llama el cuento en donde sucede esto mismo?... Es Robinsón Crusoe, no?
- No, Ciriaco, no me sea usted ignorante, es Gulliver.

3 comentarios:

  1. Le he comentado ahi abajo y otro comentario largo en el LXI.

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    1. He correspondido en ambos.

      Qué quiere que le diga, el teniente Madero ha dejado de interesarme como persona. A saber de lo que es capaz... No difiere mucho del de las orgías con transexuales, todo es empezar.

      Bueno su microrelato sabateril, como siempre.

      Buen finde.

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  2. Todos los hombres son iguales, cachis la mar!... Dona Leona, personajes tan "puros" como Roberto Alcazar y Pedrin ya no quedan, jje je!

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