martes, 1 de noviembre de 2016

(Noveno episodio) El caso de la domadora asesinada.





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La inspectora se alojó en un hotelito de San Pedro del Pinatar, pueblo turístico en la parte del Mar Menor que no es La Manga, digamos que en tierra firme, última localidad murciana antes de entrar en la provincia de Alicante por la carretera costera. Desde allí controlaría las idas y venidas del circo por la costa y pueblos del interior. Según rezaba en el dosier, la troupe circense no pensaba distanciarse mucho de esta tierra durante el presente verano, pues en Murcia y Alicante hay muchos pueblos que se adaptan perfectamente a las exiguas exigencias económicas de un circo pequeño. Ahora estaban en Santiago de la Rivera, a solo un paso de donde ella se encontraba.
Empezaría interrogando a los más allegados a la difunta; primero a sus padres, por supuesto. Lo más probable es que no sospechasen de nadie, pero sus palabras le servirían para conocer algo del "mundo interior" de  su hija, quizá no mucho, pero, a lo mejor, lo suficiente para tirar de algún hilo. La intrigaba mucho que la joven asesinada, de veinte añitos, no tuviese absolutamente ningún enemigo, o que lo tuviese y a nadie le constase. Un ser angelical, vamos. ¿Es eso posible cuando ya se han cumplido los veinte años? ¿Nada de novios ni de líos con muchachos del circo o de los pueblos? ¿Nada de nada?
"Vaya, vaya, ¿tendré que buscar una aguja en un pajar? Es decir, un psicópata, alguien que con solo ver anunciada en los carteles a la domadora ya le ha caído mal? ¡Menuda papeleta me ha tocado?


El enano Marcial, sin embargo, tenía la sospecha de que la asesina podía ser Miss Martinelli, la antipodista soriana. O sea, Jesusa Sánchez. ¿Por qué?


(continuará)

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