martes, 29 de noviembre de 2016

(30) El caso de la domadora asesinada.



Resultado de imagen de Paseo de la playa

Jesusa Sánchez, "Miss Martinelli", se dijo a sí misma que de esa misma noche no pasaba. Debía hablar urgentemente con Abdel Alim. Debía saber de una vez por todas si él era o no el asesino. Debía tirarle de la lengua o darle una patada en la entrepierna.
Desde el momento en que la inspectora abandonó su roulotte, Jesusa Sánchez puso a trabajar su materia gris a tope.


— ¡¿Quién es?!
¡Abdel Alim?!


Sí, cada vez estaba más convencida de que esas eran las palabras que había escuchado. ¿Quién, entonces, había utilizado el nombre de Abdel Alim para que la domadora le abriese la puerta y así poder asesinarla fríamente?... Sin duda se había tratado de un buen imitador de voces. Pero no, no recordaba a nadie en el circo que tuviese esa facultad. ¿Acaso el cabrón del enano?... ¡No, por Dios, ¿en qué estoy pensando?! yo vi huir a una persona de estatura normal.


"¡Que Alá me proteja! ¿Podría estar ahí la clave del asesinato?... ¡Es horroroso, ¿porqué tuvo que matarla?!
Abdel Alim estaba horrorizado desde el instante en el que escuchó las palabras de aquel hombre en estado etílico. En ese momento no le dio más importancia de la que se da a las bravatas de un borracho.
"¡¿Es posible que haya sido capaz de semejante monstruosidad?! ¡¿Es posible que, dentro de su borrachera, lo pensase en serio?! ¡¿Y si no ha sido él?!...


La inspectora Jiménez Herrera chapoteó en el agua de la playa durante unos quince minutos. Después se secó, recogió sus bártulos y enfiló hacia un restaurante algo alejado de la playa. Alejándose de la muchedumbre bañista contaba con la posibilidad de encontrar una mesa libre para comer. No le apetecía comer de Mercadona o de Día. Halló esa mesa en el restaurante "Los Murcianitos Herrera Jiménez" ("¡Je, je, vaya coincidencia", pensó la sagaz émula de Petra Delicado) Se dio el gustazo de degustar ensalada murciana y filete de ternera con patatas fritas. Concluyó el ágape con un buen trozo de sandía y un café con leche. La sandía, posiblemente de los invernaderos de Murcia o de El Ejido, estaba riquísima. Dio un largo paseo con vistas a la playa, a las palmeras y a los barquitos que se mecían en las azules aguas de la bahía y se sentó en un banco a repasar el dossier, aunque lo que le pedía el cuerpo era echar una siesta, que los ojos se le cerraban. Pero se le abrieron por completo al descubrir al enano Marcial que la estaba observando desde el otro lado del paseo.
"¡Pues vaya!, lo que menos me apetece ahora es correr detrás del puto enano, sobre todo porque es más ligero que yo. Sí, un canijo, pero corre como un conejo"
Para su asombro, el enano avanzó con paso resuelto hacia ella y... no le atropelló un skater de milagro.


(Continuará)

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