viernes, 25 de julio de 2014

Tres casos del inspector Madero ( 39 )











Un poco de acción en La Gran Vía.


- Cerrajero, soy el inspector Madero!
- Hola, inspector, no me extraña que me llame, yo le iba a llamar ahora mismo. Se trata de Charito, verdad?
- Sí, no ha acudido a la cita.
- Ya lo sé, me ha llamado para decirme que sentía indispuesta. Ella no tiene su teléfono y por eso no ha podido comunicarse con usted. Pero le he preguntado por la dirección del individuo al que le hicimos la broma del coche y ha habido suerte porque tiene otra agenda en casa. Tome nota, inspector.
- Dígame.
- Se llama Onésimo Cuadrado y vive en la calle Río Manzanares 1, Quinto C de Alcalá de Henares. El teléfono es 8810601. Ya sabe que ahora hay que poner también el prefijo de la comunidad, el de Madrid es el 91.


Nada más terminar el diálogo telefónico, Charito Coscojuela y Anselmo Cerrajero se miraron en silencio unos segundos. Estaban en la vivienda del realizador, en la calle Augusto Figueroa, muy cerca de la Plaza de Chueca.
Charito no quiso ver al detective en cuanto se enteró por una llamada de Cerrajero de que José Luis Calvillo había sido asesinado, y le pidió al realizador que se juntasen a hablar del asunto.
- Ya sé que tienes razón, Anselmo, pero no me lo reproches más, por favor. Me he puesto muy nerviosa, por eso no he querido ver a ese inspector.
- El lunes te reúnes con él como si tal cosa, porque seguro que te volverá a llamar. Tú no debes temer nada, Charito, no has matado a nadie.
- Pero me notará que estoy nerviosa.
- Le dices que es porque no estás acostumbrada a que te interroguen por un asesinato.
- Anselmo, tú crees que ha sido él.
- No lo puedo jurar, pero no me extrañaría nada. De todas formas, nuestra mejor postura es mantenernos en silencio. No sabemos nada, pero nada de nada, y además es verdad.


El inspector Madero abandonó la Cafetería Dulcinea y decidió dar un paseo por la Gran Vía, que a esas horas ya empezaba a animarse.
La Gran Vía transcurre paralela a Leganitos, a muy pocos pasos de donde se encontraba. Bajó hasta la Plaza de España, dobló a la derecha y enseguida se situó la Gran Vía, infestada de paseantes y muy ruidosa de vehículos.
Los gritos de una mujer, unos cien metros más arriba, en la misma acera, atrajeron su atención. Al momento vio a un magrebí abrirse paso corriendo entre la multitud, empujando a algunos peatones, llegando a derribar a un par de ancianas y causando más griterío y desconcierto. El magrebí se dirigía hacia él sin aminorar su loca carrera, llevando un bolso de mujer en la mano. No había ninguna duda: "blanco y en botella..."
Madero no se arredró como el resto de los peatones. Le puso la zancadilla y el tironero cayó al suelo. Pero reaccionó enseguida sacando una navaja del bolsillo e intentando ponerse en pie. El inspector le dio un fuerte puntapié en un muslo, provocando que el mangante se retorciese de dolor. Acto seguido le pisó el brazo obligándole a soltar la navaja, y finalmente le pisó la cabeza apuntándole con su semiautomática Glock 30, lo cual provocó la espantada masiva de curiosos.
No tardó en detenerse uno de los coches 092 que patrullaban por la Gran Vía. Justo en ese momento llegó la mujer a la que habían robado el bolso, deshaciéndose en agradecimientos y desmaquillada de tanto llorar.
Madero tuvo que bajar el arma e identificarse al instante porque los munipas se acojonaron al ver a un hombre tan grandote con una "pipa" en la mano. Respiraron aliviados al percatarse de que no era un mafioso ruso o ukraniano.
"Oh, a esto se le llama disfrutar de un buen fin de semana en Madrid!", pensó el irónico picoleto.


( Continuará )





2 comentarios:

  1. ¡Qué envidia!
    A mí, lo más emocionante que me ha ocurrido últimamente fue ayer por la tarde, cruzando la plaza al lado de casa. Nada, un balón estratosférico, volando derechito a mí. Tuve tiempo de pensar si lo despejaba estilo voleybol (mi hija era jugadora y yo entrenaba a veces con el equipo porque era delegada de deportes), pero consideré que mis huesos descalcificados ya no están para estos trotes e igual me escachifollaba una mano, conque me limité a apartar el cuerpo en el último segundo. Me dio en la punta del pie porque sólo había hecho un quiebro, sin moverme del sitio.

    Cuando vino mi hijo más tarde se lo comenté, diciéndole: “¿Te imaginas esa pelota aterrizando sobre la mesa de una de las innumerables terrazas de bares de la plaza?”. “¿Y dónde quieres que jueguen los chavales, mamá?”. Tiene razón, por supuesto, pero supone todo un peligro porque ese balón podía haberse estrellado en la carita de un bebé de meses en su cochecito.

    En fin, dichoso el teniente Madero con sus aventuras.

    ¡Buen finde!

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  2. Balones y bicicletas son el terror de las aceras, los ayuntamientos deberían poner mas celo en regular estos "deportes de asfalto" sin perjudicar a ambas partes, "deportistas" y "sufridos ciudadanos"

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