lunes, 21 de julio de 2014

Tres casos del inspector Madero ( 35 )







La revelación de Don José.


Diciembre estaba dando lo suyo de frío y de lluvia; ventarrones desesperantes y mar encrespado durante días y días. Olas de varios metros se estrellaban furiosas contra los diques del puerto. Lobodoiro, durante el riguroso invierno, no era un lugar apetecible para vivir, pero sus habitantes estaban "genéticamente aclimatados" porque los antiguos cántabros y autrigones, descendientes del homus antecesor, hicieron suyo este entorno hostil muchísimo antes de que existiesen el Racing de Santander, la autopista del Cantábrico y los sobaos pasiegos.


José Colindres padre y Toribia Cerredo, autores de la vida del siniestrado Joselín, recibieron a los investigadores Madero y Jiménez con cara de pocos amigos.
- Ya les dije todo lo que les tenía que decir la otra vez que estuvieron. - Protestó Don José.
- No es suficiente - Contestó en el mismo tono agrio el inspector.
- Me está vacilando?
- No dedico mi tiempo de trabajo a vacilar a nadie, señor. Usted no les dijo a mis hombres la vez anterior que su hijo se había ido de casa.
- Mi hijo ya era mayor de edad y los problemas familiares no creo que le importen a usted.
- Se equivoca, a su hijo le mataron cuando ya no vivía aquí, por lo tanto tengo derecho a saber porqué su hijo abandonó el domicilio. Lo considero muy importante para la investigación.
Doña Toribia se echó a llorar.
- Ve?, ya la ha asustado!
"El que la asustas eres tú, hijo de puta"
Habló la sufrida cónyuge:
- José, cuéntales a estos señores lo que quieran saber.
Y siguió llorando, pero más bajito. Tras unos minutos de tensión y varias miradas cargadas de electricidad, Don José aceptó a hablar para no empeorar más la salud de su esposa.
Aún conservaba su aspecto robusto de los cuarenta y cincuenta años, de sus últimos años como piloto del barco de pesca "Virgen de Lobodoiro"
- No le echamos de casa. - Miró a su mujer de soslayo - Yo no lo eché de casa, quiero decir. Tuvimos algunas discusiones fuertes porque no ponía todo el interés necesario en buscar trabajo. Antes tuvimos otras discusiones porque le echaban de los trabajos; se mosqueaba con los capataces y les daba malas contestaciones, y un día incluso le empujó a uno y tuvieron que separarles. A mi hijo no le gustaba recibir órdenes, era muy orgulloso, muy cabezón. Pero yo no le eché de casa, él se fue... - Hubo un largo silencio y... - él se fue porque le avergoncé al decirle que me había enterado de que se entendía con hombres.
- Que "se entendía con hombres"?... Explíquese, por favor.
- Sí, en la cama, en la cama!... o en los coches!
Doña Toribia volvió a romper en un largo llanto, y esta vez dio la impresión de que no iba a parar.


( Continuará )

2 comentarios:

  1. ¡Otia! Giro inesperado.
    Sus relatos son como un potaje, amigo mío, echa usted un poquito de todo. Real como la vida misma.

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  2. Es que la ficción le copia a la vida, no es al revés como quieren creer los escritores fatuos. A nadie se le había ocurrido lo de las Torres Gemelas, y podríamos poner muchos más ejemplos. El arte del escritor consiste en "distorsionar" lo que conocemos, no inventa nada.
    Sigo para abajo!

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