domingo, 18 de octubre de 2015

( XIV ) Un asesino más listo que el hambre.


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Fulgencio se despidió de Nicolás Fuentes y caminó ligero en dirección a uno de los dos edificios rojos situados a unos 150 metros del cementerio. Mientras caminaba repasó la película. No le parecía aconsejable pedir la autorización de la familia para ver el panteón por dentro, dado que ya no habría nada que ver. Estaba muy claro que autor material del asesinato era el tal Honorio Pontarrón. ¿Estaba claro? ¿Estaba "muy claro? "... Bueno, dejémoslo de momento" Otra razón le desaconsejaba acercarse a la familia, al menos por ahora: no podía decir de parte de quién trabajaba. Posiblemente, por la razón misteriosa que fuese, Doña Carlota estaba enfrentada a esa familia y el hecho de hurgar en el asesinato era una forma de darles guerra. "Y si digo que es cosa mía, que soy un turista funerario, un escritor macabro tipo Allan Poe o algo parecido, van a pensarse que quiero comerme los huesos de los difuntos"
Ya se iba acercando al primero de los dos edificios rojos. Unos niños le vieron y echaron a correr.
- ¡Un monstruo!, ¡un monstruo!, ¡sálvese quién pueda!
"Joder, qué tarde se me ha hecho, los niños ya están fuera del cole. Jeje, los niños de hoy en día son muy blandos, los de hace años me hubiesen apedreado"
Dos marujas treintañeras asomaron por un portal.
- ¡Eh, ¿qué les está haciendo a los niños, degenerado?! - gritó una.
- ¡Los niños se han asustado porque soy muy feo, señora! - exclamó en voz bien alta mientras se acercaba a paso ligero al portal. Al contrario de los demás monstruos, Fulgencio ganaba por su simpatía en las distancias cortas - pero de degenerado nada, no me insulte, por favor, bastante desgracia tengo con ser así, ¿no le parece?
La otra señora sonrió y la que se había cabreado, al ver que su amiga sonreía, se calmó.
- Además, soy casi un enano, ¿no se dan cuenta ustedes?, cualquier crío de estos casi me puede. - y miró a los niños - ¿Verdad, colegas?, ¿a que parezco el hermano pequeño de Quasimodo?
Las vecinas se echaron a reir por su gracejo y por las caras de confusión de los chavalillos. El aprovechó la coyuntura para exponerles el motivo de su presencia allí.
- Pues miren, aquí donde me tienen, soy detective privado, Fulgencio Hermoso Gallardo - y extendió su tarjeta de visita, el "truco" infalible para que le prestasen atención. - Quisiera hacerles una pregunta, una sola pregunta - Daba por supuesto que vivían en ese lado del edificio, el que daba al cementerio, pues las había visto salir por el portal.
- ¡Uy, qué emocionante, un detective!, ¡pregunte usted, pregunte! - dijo la que antes le había increpado.
- ¿Recuerdan ustedes si en una noche de primeros de este mes, lunes 5 o martes 6, oyeron ruídos procedentes del cementerio?
Les daba como referencias la noche del asesinato y la anterior, por si el destrozo de la puerta y de la pared hubiese tenido lugar la noche anterior y Nicolás Fuentes no se hubiese percatado de ello. A Fulgencio le interesaba saber la fecha exacta por si, más adelante, pudiese serle de utilidad para la investigación.
- ¡¿Ruidos en el cementerio?! - exclamó una, la que le había llamado degenerado.
- ¡Anda, los muertos vivientes! - chilló la otra.
"La puta que las parió, qué festivas me han salido"
También se unieron al coro de risas los pequeñuelos, pues se sintieron valientes al ver que sus madres confraternizaban con el monstruo. Pero, tras las risas, llegó la decepción. No habían oído ruídos extraños ninguna noche, a excepción de los tubos de escape trucados de los ciclomoteros capullos y la música a toda pastilla de los coches de los tarados. Lo de siempre. Estaba ya a punto de subir a otros pisos a preguntar, cosa que no le hacía mucha gracia por la prolongada observación a la que era sometido tras las mirillas de las puertas, cuando oyó una voz por encima de su cabeza.
- ¡Eh, oiga, señor detective!
Proyectó su ojo ciclópeo hacia arriba.
- ¡Aquí!, ¡aquí!
Era una señora mayor en el segundo piso.
- ¡Dígame usted, señora!
- Sí que hubo ruído, sí, lo que pasa es que esas dos salen muchas noches de parranda con los maridos.
- ¡Es que usted ya está muy mayor para eso, Doña Areceli! - gritó la que le había llamado degenerado.
Pero Araceli fue a lo suyo:
- ¡Vaya zipizape que montaron los jovenzuelos del botellón con la música de los coches!... Tuvo que venir la policía porque llamaron varios vecinos.
- ¡¿Eso fue en el cementerio, Doña Araceli?!
- No me grite que oigo muy bien y dos pisos no son nada. - Rieron las marujas - Sí, sí, junto a la tapia del cementerio, por la zona de los panteones.
- ¿Ese botellón lo han hecho más noches? - preguntó Fulgencio.
- Oiga, ni tanto ni tan calvo, no me hable en voz baja - Más jolgorio de las marujas.
- Pregunto que si ha habido otras noches de botellón.
- ¡Qué va!, ¿no ve que esto está dejado de la mano de Dios?... Vinieron en un par de coches nada más, unos ocho o diez jóvenes, eso es lo que nos dijo un policía que se acercó a informarnos a la mañana siguiente. Esas dos estarían durmiendo después de la parranda.
Más risas de las marujas parranderas. 
- Doña Araceli, ¿recuerda usted si fue el lunes 5 o el martes 6?
- ¡El lunes, me acuerdo muy bien que fue el lunes 5! - exclamó triunfante - porque ese día cumplía añitos mi nieta Vero.
Se oyó otra voz.
- ¡Yo fui una de las llamó a la policía, señor detective! 
Fulgencio descubrió a su siguiente informadora en la tercera planta. Era otra señora mayor.
- Gracias por su testimonio, señora.
- A mi si me tiene que gritar, que soy un poca sorda y estoy en un tercero.
A las marujas les faltaba poco para mearse, ¡menuda función y gratis!
- Es Doña Sole, una cachonda - le dijo en voz baja la que le había llamado degenerado - Oye perfectamente, de lo contrario no sabría de lo que estamos hablando, pero siempre está de coña.
El más pequeño de todos los pequeños, osó acercarse al homus horribilis.
- Oye, ¿tú eres un montruo de las galaxias?
- ¡Sí, del mismísimo Reticulín!
Coro de risas.
Fin del episodio.

( Continuará )


3 comentarios:

  1. Un poco menos y parece lo que me ocurrió en una de mis "excursiones", je je je... Andando perdida, como de costumbre, pregunté a la puerta de un bar a un par de mujeres que habían salido a fumar.
    Poco a poco se congregaron tropecientos vecinos dándome indicaciones disparatadas que no se correspondían a dónde yo iba, se notaba, pero no querían quedarse calladas ellas, je je je...
    Finalmente lo conseguí al enseñar la dirección que llevaba. Al ver que tenía un teléfono, uno de los vecinos llamó y supo dónde estaba. El dueño del bar me acompañó hasta allí.
    Los vecinos/as son buena gente, pero si te descuidas te mandan en sentido contrario, je je je...

    Otra escena estupenda esta. ¡Lo disfruto mucho!

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  2. Aún se encuentran por ahí vecindades a la antigua. Tengo una anécdota manchesteriana al respecto. Me perdí buscando la dirección de una empresa, iba a una entrevista de trabajo. Me dio por preguntar a un currito que había en la puerta de una casa baja. Se veía que estaban en obras por todo el tinglado que habían montado. Créetelo, que es como te lo cuento: a los dos minutos tenía enfrente de mi a tres currantes buscando en sus tabletas la dirección, y en menos de nada me la dijeron.

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    1. Lo creo, lo creo. Afortunadamente hay personas así y tú yo nos topamos con ellas.
      Mira, como la china que buscaba 'El Palau de la Música', que volví atrás para ayudarla cuando encontré la calle que buscaba. No cuesta nada y nos sentimos satisfechos de haber podido ayudar.

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