martes, 27 de octubre de 2015

( XXIII ) Un asesino más listo que el hambre.



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Fulgencio y Ramón

El barrio de La Cañada empezó siendo un poblado chabolista en los años cincuenta, como Palomeras, cerca del barrio de Vallecas, o el Pozo del Tío Raimundo, junto al pueblo de Vallecas, territorios humildes que acogieron a los refugiados tras su éxodo dejando atrás el hambre de sus Extremadura y Andalucía natales. Hoy en día, el barrio de La Cañada es una "ciudad dormitorio" con centros de salud, iglesias, comercios, un polideportivo y muchísimos bares, y también bancos, cinco sucursales bancarias para hipotecados y mendigos de pasar la noche. También un albergue para los "sin techo" ( desacertado eufemismo ) que la mayoría de ellos rechaza porque no les va recogerse tan pronto.
Fulgencio se apeó del autobús en la parada de la Avenida de la Constitución, en donde le había informado Fabra que estaba la sucursal del Banco de Santander en cuyo cajero nocturno dormía Mauricio Carrascales. Solo caminó cien metros por la populosa avenida, columna vertebral de La Cañada, hasta encontrar la sucursal. No había ninguna conclusión que sacar mirando al cajero en donde durmió muchísimas noches el infausto Mauricio, pero de todas formas le echó un ojo al habitáculo, su único ojo, pensando que, a lo mejor, el ver aquello le daba alas a su inspiración detectivesca.
"Aquí maldurmió, semimuerto o semivivo, un pobre desgraciado al que la vida le puteó como a tantos otros. Un pobre hombre que pudo dormir quemado o apalizado, pero que murió acuchillado y en otro lugar porque alguien lo decidió así. ¿Qué puto misterio es este?; ¿Quién decidió que muriese y porqué?; ¿Qué coño tiene que ver en tan macabra historia la vieja que me ha contratado?"
Por el cajero pasaron varias personas a sacar dinero mientras Fulgencio se hacía estas preguntas y miraba a los pies de los que se detenían ante el cajero, viendo al infortunado Mauricio durmiendo en el suelo, posiblemente mal abrigado con cartones y sábanas hediondas rescatadas de algún contenedor. ¿O ya tenía el edredón y la colchoneta que encontraron junto con su cadáver en el panteón?
Arriba el dinero, almacenado en este invento capitalista llamado cajero automático. Abajo los pies de la gente pisando a alguien más desgraciado que ellos. ¡Oh, y cuántos se habrán escandalizado al enterarse de su cruel muerte!, posiblemente también los que eludían su mirada cuando se lo encontraban despierto.
Un policía municipal, que se disponía a multar a varios coches aparcados sobre la acera, reparó en el horrible personaje que no dejaba de mirar al cajero. Algunos clientes del banco también habían reparado en él y no sin cierto temor. El poli abandonó su trajín con las multas y se puso a observar al monstruo. Le daba muy mala espina que estuviese siguiendo las evoluciones de los que utilizaban el cajero. Se llevó la mano a la cartuchera para recordar como se "desmartillaba" el arma. En toda su vida de munipa, jamás había disparado un tiro.
"¿Será esta la primera vez?... ¡Jodeeeer!"

( Continuará )

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