miércoles, 15 de marzo de 2017

(90) El caso de la domadora asesinada.



Resultado de imagen de niño fumando

La inspectora Jiménez Herrera no hizo buenas migas con el hombre que limpiaba la jaula de los leones. Se alejó despacio del camión-jaula y fue rodeando la carpa y mirando de soslayo las caravanas, no quería mostrarse indiscreta. No vio la mirada de aquel hombre, el limpiador de la jaula, clavada en su espalda.
La comparación era odiosa, los tigres de Karla Ambrossini ofrecían un aspecto magnífico, tan sanos como lozanos, pero los leones del "Gran Circo de Albania" eran viejos y decrépitos.
"¡Madre mía, qué espectáculo tan patético para la pista de un circo!, ¡pero si estos pobres animales casi no pueden sostenerse en pie!"
Se giró para mirar hacia atrás y sorprendió al hombre de la jaula mirándola.
"Este individuo no me gusta nada"
Farid Massu hizo enseguida sus cábalas. Aquella mujer era policía y trataba de mantenerse de incógnito. ¡A él se la iba a pegar, como si no hubiese conocido suficientes policías en su vida! ¡Ya se los olía a distancia!
"¿Me busca a mi?... ¡y una mierda!, no puede acusarme de nada, nadie me ha visto y nadie puede acusarme sin pruebas. Esta tía está dando palos de ciego de circo en circo, no es más que eso, y si no fuese por el imbécil de Abdel Alim, ya se habrían olvidado de lo de Karla. Pero no, ¡qué cojones!, no tienen ninguna prueba para relacionar las dos muertes. Nadie recordará habernos visto a Abdel Alim y a mi tomando copas en aquel bar aquella noche, ¡nadie!, había mucha gente como nosotros, árabes bebedores, polacos, rumanos... sí, era un bar de emigrantes, y la mayoría éramos del norte de África, y casi todos muy bebidos. Yo no recordaría a ninguna de las personas que estaban allí, exceptuando a Abdel Alím.
Enriqueta no vio a nadie más fuera de las caravanas, excepto a una señora muy mayor que estaba tendiendo la ropa y a la que saludó sin obtener respuesta, debía ser sorda. Le llegaban voces de dentro de la carpa. Por la parte frontal del circo se podía pasar al interior. No lo dudó un instante. Se encontró con un grupo de adolescentes que ensayaban sus números, unos practicaban con los malabares y otros daban volteretas en el aire, sin duda buscando la perfección en algún número de acrobacia. La disciplina circense exige incontables repeticiones hasta que un número puede ser presentado ante el público. También estaban allí los niños que espantó el hombre de la jaula de leones. Se acercó a los críos con su mejor sonrisa.
— ¿Os gusta el circo?
La miraron sorprendidos, no se esperaban a una persona mayor estúpida haciendo preguntas estúpidas, como si fuesen niños pequeños. El que le enseñó el culo al estúpido que limpiaba la jaula, soltó a bocajarro:
— ¡Este circo es una mierda!
No tendría más de doce años, ¡y estaba fumando!
Uno de los adolescentes acróbatas gritó en ese momento:
— ¡Aquí no se fuma, imbécil!


(Continuará)

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