lunes, 19 de diciembre de 2016

(43) El caso de la domadora asesinada

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La inspectora se dejó servir un vaso de leche templada y dos bizcochos. Mojó los bizcochos en la leche. Percibió que su "adversaria" ya no estaba tan hostil. Mateo se mantenía cabizbajo, como si todo aquello no fuese con él, pues la que hacía y deshacía era ella. Le hubiese encantado abandonar el circo, pero no se atrevía, le daba más miedo que enfrentarse a su mujer; su vida de circense lo era todo desde hacía muchísimos años; su madre le había parido en el circo después de descabalgar de su caballo en la función de tarde de un día gélido de Diciembre sin calefacción en la carpa. "La Gran Angelina" era una brillante ecuyere francesa. Mateo había sido tentado no hacía mucho tiempo por un agente artístico murciano que le prometió muchas actuaciones en pubs y hoteles de Murcia, Cartagena y los pueblos turísticos costeros. Pero no se decidió. El circo y su mujer eran "lo malo conocido", siempre mejor que "lo bueno por conocer", en el caso de que hubiese algo bueno por conocer. El creía que no.
— Gracias por la leche y los bizcochos, la verdad es que me estaban apeteciendo.
— De nada.
La inspectora pretendía que reinase la calma, tampoco le hacía gracia montárselo de "poli mala", ya se encargaría el capitán en el caso de ser necesario.
— Dime que pasó exactamente, qué viste, qué dijo el asesino... El mínimo detalle va a ser importante para la investigación, te lo aseguro. Pero dime antes porqué te lo has callado hasta ahora.
Y la miró muy fijamente, como si sus ojos fuesen un sacacorchos que pudiese extraerle los pensamientos. Jesusa lanzó una mirada a su marido. Él seguía mirándose las zapatillas.
— Pues por... porque no me imaginaba que Abdel Alim pudiese ser el asesino.
Mateo Santos se levantó del sofá y dijo sin que apenas pudiesen oírle:
— Voy a salir a fumar un cigarro.
Las mujeres se mantuvieron calladas hasta que el hombre salió y cerró la puerta. Ambas sabían que a Mateo le dolía que Jesusa amase al argelino, aunque este no la correspondiese, le dolía más que cuando le puso los cuernos con otros hombres, mucho más.
— Él no mataría a nadie. Sí, uso navaja cuando fue atracador, pero solo para intimidar, jamás le detuvieron por un delito de sangre.
— ¿Por qué conoces tan bien a Abdel Alim si el no ha querido saber nada de ti?
Guardó unos segundos de silencio que a la inspectora se le hicieron muy largos. Entonces escucharon varios quejidos lastimeros procedentes del exterior.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
Mateo la había emprendido a patadas y luego a pescozones con el enano Marcial. El mago atribulado solo sacaba su genio con el enano.
— ¡Fisgón de mierda! ¡Enano subnormal!
— ¡Tu puta madre!
Y salió corriendo en dirección a la caravana de su protector.
Miss Martinelli suspiró.
— Al final Don Tobías nos va a echar. Este inútil no quiere enterarse de que el enano es intocable.


(Continuará)

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