sábado, 17 de diciembre de 2016

(42) El caso de la domadora asesinada.





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"Miss Martinelli es la ideóloga del crimen y yo sé quién es el asesino"
La inspectora Jiménez Herrera no se lo creía, para ella el enano era tan fantasmón como el viejo.
Jesusa Sánchez y su marido, Mateo Santos, habían empezado a cenar cuando la inspectora llamó a la puerta de su caravana. Abrió el marido con cara de lelo.
— Tengo que hacerles unas preguntas... ¡a los dos! — dijo imperativa.
— Ya hemos contestado a sus preguntas — balbució miedoso — y a las de los guardias civiles.  ¿Nos van a estar preguntando toda la vida?
— ¡Sí, hasta que aparezca el asesino! Si tu mujer no hubiese ocultado lo que sabe, no os estaría molestando ahora.
Se asomó Jesusa Sánchez por una de las ventanas.
— Le han hablado de la discusión de esta mañana entre mi marido y yo, ¿verdad? — dijo Jesusa — Vale, vi a alguien la noche del crimen, pero no le vi bien. No tengo más que decir.
— Sí, sí tienes más que decir.
— ¿Ah, sí?
— Pues sí, y tú eliges en dónde. O vuelves a hablar conmigo, aquí y ahora y contándomelo todo, o deberás hacerlo en la comisaría, y puedes ser retenida las horas que hagan falta. Eso te perjudicará a ti y al circo. Eres la única persona que vio al asesino y estás ocultando tu testimonio, mientras él sigue libre y puede volver a asesinar.
Jesusa y Mateo cruzaron una mirada fugaz. Mateo sabía que su mujer le engañaba, pero el matrimonio ya estaba muerto hacía tiempo, aunque a él le dolían las infidelidades de ella mientras no tuviesen más remedio que compartir el techo de la caravana y el trabajo en la pista. Sabía que le había puesto los cuernos con algunos vecinos de los pueblos y que amaba a Abdel Alim, si bien el argelino pasaba de ella. Mateo Santos era competente en su faceta de mago, un buen artista, pero como ser humano estaba en la categoría de los hombres más apocados. En cierta ocasión ella le dio una paliza. No podía decirse que hubiesen nacido el uno para el otro, aunque compartiesen una vivienda y un número circense y todavía se hablasen, pero lo mínimo. "El Mago Shaoran and partenaire" eran un caso patético de matrimonio desavenido.
— Está bien — dijo ella sin perder su expresión avinagrada. Volvió a sentarse en el lugar en donde estaba comiendo, sobre una silla de plástico de Coca Cola y junto a una pequeña mesa de patas plegables, y señaló a la inspectora una silla sin abrir la boca. La teniente dispuso la silla de forma que quedasen frente a frente las dos mujeres. Era una silla vieja de tijera, media rota, con un cojín encima para darle más comodidad al culo. Le llegaba el olor del guiso que estaba comiendo la artista y que, sin duda, debía estar muy sabroso. Mateo se sentó en un pequeño sofá, un poco apartado de las mujeres.
— Si usted lo desea... ha sobrado estofado.
Lo cortés no quita lo valiente, y la hospitalidad de los circenses es algo que los distingue y los honra, incluso ahora mismo a una enfurruñada Jesusa Sánchez.
La inspectora no pasó por alto que la artista había empleado el "usted" para dirigirse a ella. "Intenta mantener una distancia porque le viene mejor para callarse algo"
— No, gracias, suelo cenar solo un vaso de leche y unas galletas. Por favor, dime con pelos y señales lo que viste y oíste esa noche.
— ¿Te sirvo entonces un vaso de leche?
"Vaya, ha vuelto al tuteo"


El asesino estaba inquieto. ¿Qué pintaba aquel sujeto rondando su caravana? No se esperaba que alguien viniese a recordarle lo que hizo aquella noche, a recordárselo con su presencia, simplemente eso, nada más que eso, porque nadie le había visto matar a la niñata asquerosa. ¿O sí? No, no, imposible, solo estaban despiertos los tigres, los únicos testigos de que él estuvo allí e hizo lo que hizo.


(Continuará)

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