jueves, 15 de diciembre de 2016

(40) El caso de la domadora asesinada



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— Queridos niños del público: ¡¿Creeis que averigurá Incitatus el nombre de nuestra ilustre invitada?!
— ¡Sííííííí! — respondieron todos los niños al unísono.
La inspectora Jiménez Herrera estaba hecha una furia por dentro y hacía un esfuerzo por controlarse y no estrangular al viejo entrometido.
"Esto ha sido cosa del cabrón del enano que le ha hablado de mi presencia en el circo, diciéndole como me llamo"
— Nuestra ilustre invitada se llama... ¿se llama Gervasia?
Incitatus negó, al igual que hiciera antes, moviendo la cabeza de un lado a otro, y el concienzudo "profesor" volvió a preguntar:
— La importante dama que nos acompaña... ¿acaso se llama Pascasia?
Los niños se rieron porque nunca habían escuchado unos nombres de mujer tan extraños. El "caballito sabio" volvió a negar y el viejales insistió:
— ¿No se llamará Rita?
Pues no, Incitatus dejó claro con su gesto que la ocupante del "palco de honor" tampoco respondía por Rita.
Sonó entonces un redoble de tambores, como si algún valiente trapecista fuese a realizar el triple salto mortal sin red.
— Quizá su nombre sea... ¿Enriqueta?
Solo quien estuviese en el secreto del truco pudo apreciar que el viejo domador inclinó su cuerpo hacia delante al formular la pregunta, y el "caballito sabio" movió la cabeza de arriba a abajo en señal de afirmación.
— ¡Sí! ¡Incitatus ha dicho que sí!
El público inició un aplauso, pero el domador lo interrumpió:
— ¡No, no, un momento, un momento! Antes debemos preguntarle a nuestra ilustre invitada si el caballito ha acertado — se dirigió a ella: — Señora, ¿podría decirnos su nombre?
— Sí, me llamo Enriqueta — respondió tan avergonzada como confusa al micrófono que el viejales puso en su boca.
Ahora sí, el aplauso sonó muy fuerte bajo la carpa de Gran Circo de la Atlántida. Un rato después, tras finalizar la función, Enriqueta salió de la carpa con un mosqueo de campeonato, pensando en la satisfacción que le daría darle una buena patada en el culo al viejo y un patadón en los cataplines al enano. Se lo había pasado fenomenal con la función circense, los artistas eran buenos a pesar de ser humildes, pero el ridículo al que la había sometido el carcamal con ínfulas de domador no tenía perdón de Dios.
"Habría que denunciarle por malos tratos al animal, el pony estaba lleno de mataduras. ¡Dios, qué horror!"
Trató de olvidar lo sucedido para centrarse en el trabajo que la había llevado hasta allí. Disponía de muy poco tiempo, pues la segunda función no tardaría en empezar. Su objetivo principal, el viejo, iba a quedar apalancado de momento, ya que lo más urgente era comunicarle a su superior la desaparición del empleado Abdel Alim y obligarle a Miss Martinelli a que le contase lo que oyó y vio exactamente la noche del crimen.
"Esa imbécil me va a decir la verdad o mando que la detengan ipso facto"
Buscó un lugar tranquilo para telefonear al capitán Lutgardo Llorente.


(Continuará)

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