sábado, 10 de diciembre de 2016

(36) El caso de la domadora asesinada





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— ¡Oiga, ¿nos van a cortar las entradas o no?
— Sí, ahora mismo. ¡Oye, ahí dentro no se fuma, eh!
— ¡Ya lo sé! — respondió el mocoso con chulería.
Intervino la inspectora:
— Ni afuera tampoco, que ese humo que te tragas es muy malo para tu salud.
— ¡¿Es usted mi madre o qué?! — dijo el niñato con tono altanero, pero yéndose hacia el interior de la carpa a paso ligero.
Enriqueta también entró al recinto de las maravillas, no sin antes advertirle a Desiderio que iba a interrogarles otra vez a él y a Rosa. Otro empleado argelino la condujo hasta la localidad de silla reservada a autoridades y visitantes ilustres, el emplazamiento desde donde mejor podía verse el espectáculo. Era muy raro que en los pueblos en donde actuaban, por muy pequeños que fuesen, los alcaldes y concejales se dignasen a visitar un circucho como aquel, no lo consideraban "políticamente correcto" y por eso la inspectora fue en aquella función la "personalidad invitada", una inspectora un poco aturdida, pero también feliz, dentro de las circunstancias, por este "regreso a su infancia"
No dudó en comprar una bolsa de almendras garrapiñadas en cuanto se la ofrecieron, aunque fuese a un precio excesivo. Ya no recordaba cuando había comido sus últimas almendras garrapiñadas ni cuando había sido la última vez que se había sentado a presenciar una función de circo dentro de un circo y no en la tele.
Trató de buscarle una explicación a la "fuga" de Abdel Alim. ¿Era una fuga? Imposible encontrarle una explicación en estos momentos en los que no había avanzado apenas en la investigación. Miró hacia atrás, las gradas empezaban a llenarse de gente bulliciosa, la mayor parte chiquillería. Vio a algunos de los críos que habían ayudado esa mañana a los circenses a acarrear cubos de agua. También pululaba por allí el fotógrafo calvo. Se sintió un poco ridícula, ella era la única persona que ocupaba una localidad de silla, justito al lado de la pista, y además una de las pocas sillas forradas con tela roja. Se había convertido en una personalidad, ja, ja!  Rió por dentro, pero sentía vergüenza. Esta versión decadente del "mayor espectáculo del mundo" le recordaba más el ambiente de un antiguo cine de barrio. Volvió a pensar en Abdel Alim: "¿Se ha fugado porque Miss Martinelli sabe algo de él?... ¿Ha colaborado Abdel Alim con el asesino?... Tengo que torturar al enano hasta que me diga quién es el que él piensa que es el asesino"
Sonó la música y se encendieron las luces de la pista. ¡Comenzaba el espectáculo! La chiquillería gritó y aplaudió alborozada.


(Continuará)

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