En aquellos tiempos los momentos claves de una vida humana sucedían por norma general en casa: el nacimiento y la muerte.
Agueda ya había roto aguas y su criatura estaba a punto de nacer. En la habítación contigua iba a morirse el padre de Agueda, Don Glorialdo.
A Agueda la atendía una comadrona y a su anciano padre un cura; este le había dado la Extremaunción hacía pocas horas. El principio y el fin de la vida iban a tener lugar enseguida entre los muros de la vieja casona. Pero la vida y la muerte se empeñaron en tomar rumbos diferentes.
Agueda dio a luz y el niño nació muerto. Fue un parto muy doloroso y doblemente doloroso por el deselace.
Incomprensiblente el abuelo se impuso al deseo de la Parca, o fue un capricho de esta, y vivió cinco año más.
Todos en el pueblo coincidían en que se había tratado de una "broma de Dios", así de religiosos y supersticiosos eran ellos.
Al tercer año de su reanimación en el lecho de muerte, Don Glorialdo empezó a chochear. Se volvió mimoso y llorón como un bebé, despertando en su hija Agueda el instinto maternal. Le daba la comida a la boca, le limpiaba las caquitas e incluso le cantaba nanas. Los muy religiosos y supersticiosos aldeanos decían que el abuelo estaba poseído por el espíritu del niño muerto. El cura miraba para otro lado cuando escuchaba estas barbaridades.
Cuando llegamos ha mayores, somos también pequeños, suele pasar en los pueblos estas supesrticiones.
ResponderEliminarAsí son las cosas.
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