viernes, 21 de octubre de 2016

Una pequeña atención.

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El padre Amalio se sorprendió muy gratamente cuando aquel joven apuesto le sonrió. Tenía su cara muy cerca, ¡peligrosamente cerca! sentía su aliento y le fascinaban sus ojazos, grandes y azules como los de un actor de cine americano. Pensó en Paul Newman. No todos los días se encuentra uno con algo así en el confesionario.
El joven le sonrió y le piropeó:
— Es usted mayor, pero me gustan los mayores.
— Eh... gracias.
Tragó saliva. No supo que decir porque le pilló tan de sorpresa... Estaba claro que el joven apuesto no había venido a confesarse. Al padre Amalio siempre le gustaron más jóvenes, adolescentes, niños..., pero el joven que tenía ahora frente a él conservaba el encanto de la adolescencia, tenía un rostro aniñado y una sonrisa muy bonita. Por un momento pensó que le recordaba a alguien, pero no supo a quién.
— ¿Me acompañas al despacho parroquial, guapo?
Le acompañó y él le invitó a un jerez. Le acarició una mejilla...
Después todo ocurrió muy rápido. El joven doctor Barrios "anestesió a traición" al viejo pederasta. Apartó dos floreros, un cáliz, una patena y varios libros que había sobre una mesa y colocó el cuerpo del "paciente" sobre ella. Del maletín que había traído extrajo el material quirúrgico necesario para la operación. Y operó.
Penectomía (extirpación del pene) y emasculación (extirpación del escroto y los testículos) No era lo mismo que en un quirófano, pero se apañó divinamente. Dejó una nota para cuando se despertase el padre Amalio:


"Esta es una pequeña atención de uno de los muchos niños de los que abusaste"


El viejo pedófilo jamás se enteraría de quién había sido el vengador. Eran muchos los niños que pasaron por sus manos criminales en sus muchos años de sacerdocio. Y, además, no quiso denunciarlo, pues para esto si tenía vergüenza. Un médico amigo del obispo le examinó para ver si la operación había salido bien. ¡Perfecta, ningún problema!

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