sábado, 21 de febrero de 2015

El elefante











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Año 1.960 del siglo XX en el domicilio de la familia Bustarviejo Rosales. Todos están pendientes de los últimos suspiros del abuelo. A Don Tobias ya sólo le quedan unos pocos telediarios de los de blanco y negro, o quizá sólo el de esta noche.
- Pobre papa, toda la vida trabajando para sacar la familia adelante... ay, Dios! y qué buen padre ha sido, snif, snif!
- No llores ahora, Olegaria, - le dice Honorio, su marido, el yerno del moribundo - puede que se esté enterando de todo lo que hablamos.
- Tú crees?
Interrumpe Carlitos, uno de los cuatro nietos.
- Mamá, huele mal.
- Un respeto, niño, - le reprocha su padre - el abuelito nos va a dejar, pero todavía no nos ha dejado. Esto está cerrado y es normal que no huela bien.
El predifunto Don Tobias abre un ojo, después abre el otro y acto seguido dice algo ininteligible. Vuelve a cerrar los ojos.
- Qué ha dicho? - pregunta Olegaria.
- Yo tampoco lo he entendido, - responde Honorio - Deben ser delirios.
El precadáver vuelve a hablar:
- El elefante.
- Ahora sí que lo he entendido, - exclama Honorio - ha dicho "el elefante"
- Yo también he entendido eso, - Se congratula Olegaria de que su padre aún quiera hacerse entender - pero, qué habrá querido decir?
Se dirige al casi muerto y le habla muy cerca del oído:
- Papá, qué quieres decirnos?... de qué elefante hablas?
Don Tobias no responde. Don Honorio elucubra:
- Posiblemente algún recuerdo de su vida, algo que le motiva especialmente en este momento,  quizá quiera descargar su conciencia de...
Le interrumpe la voz del patriarca:
- El elefante, coño, que me estoy cagando!
- Ya lo sabía yo! - grita Carlitos.


( Aclaración para lectores jóvenes: El papel higiénico marca "El elefante" fue el único existente durante la mayor parte del franquismo )

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