sábado, 24 de enero de 2015

Hace diez años










Tenía una extraña facultad por la que se sentía aterrorizado. Un poder sobrenatural. Contaba con él desde niño. Cierto día decidió compartirlo con un amigo, pero el amigo se lo tomó como una fantasía; "es una bobada", le dijo, "te estás quedando conmigo" Desde ese día, ya no se lo contó a nadie. Su horrible secreto moriría con él.
Aurelio era visionario, un atormentado visionario de la muerte. Veía en sueños a una persona dentro de un féretro y esa persona moría a los pocos días, e igualmente se trataba de gente famosa como de familiares cercanos a él o conocidos del barrio. Vio en el ataúd a un primo suyo que gozaba de muy buena salud, y a los tres días el primo moría atropellado por una furgoneta. Veía políticos, deportistas, cantantes... A todos los veía con los ojos cerrados, pálidos e inmóviles en la caja de madera, y todos morían antes de que transcurriesen tres o cuatro días desde su "sueño"
Vio en un enorme ataúd - puesto que era un hombre muy obeso - al señor de la tienda de frutos secos de su barrio, Ramón, y a los cuatro días, el obeso tendero,  murió de un infarto fulminante.
Y ahora viene lo más estremecedor de esta historia:
Aurelio se vio un día a sí mismo, rígido y demacrado, entre cirios chisporroteantes y gemidos de familiares.  ( Aunque a los familiares de las víctimas nunca los veía, tan sólo le llegaban sus lamentos ) Su primera impresión fue de terror, pues no es lo mismo ver fiambres ajenos que verse uno mismo en tan acojonante tesitura. Pero luego aceptó su destino, qué remedio, que a fin de cuentas este es el destino de todos los seres humanos sin excepción. ( También Carlos Fabra, Rajoy o la Infanta Cristina morirán, aunque se nieguen a ello con especial determinación ) Y dedicó los tres días siguientes a hacer el bien a su prójimo. Pidió perdón a amigos, familiares y vecinos a los que pudiese haber ofendido alguna vez y dio una parte de su dinero, que no era mucho, a Cáritas y otra parte a su madre. Y le dijo a su madre que la quería mucho y que también quería mucho a su difunto padre. Su madre alucinó, pues Aurelio nunca había sido muy dado a manifestaciones de afecto.
Lo asombroso es que pasaron los días, las semanas, los meses y los años y Aurelio seguía vivito y coleando. No lo entendía, era él mismo el que yacía en aquel ataud hacía ya diez años. Y durante esta década de incertidumbre siguió viendo muertos anticipados.

Un día su madre le dijo que tenía que confesarle un secreto. Con mucho misterio le invitó a sentarse a su lado y así le habló:
- Aurelio, no sé el tiempo que me queda de vida porque ya soy muy mayor y...
- Mamá, por Dios!
- No, no me interrumpas, las cosas son así, nacemos y morimos. Verás, yo no te di a luz a ti solo, tuve gemelos, tú y tu hermano Anastasio, pero tu padre y yo éramos muy pobres y apenas contábamos con recursos para sacaros adelante, así que dimos en adpción a Anastasio y nos quedamos contigo.
Aurelio se quedó unos segundos pensativo y fascinado. Finalmente preguntó:
- Y qué ha sido de mi hermano?, supiste algo de su vida?
- Sí, después de mucho tiempo logré enterarme de su paradero, pero murió antes de que pudiese acercarme a él. Tuvo un final trágico el pobrecillo, era policía y le dispararon unos atracadores. Entonces no tuve valor para contártelo, pero ahora...
- Hace diez años?
- Hace diez años.

4 comentarios:

  1. Un relato muy interesante y con una tremenda incógnita que finalmente se ha desvelado.

    ¡Buen domingo y hasta el lunes!

    (Abajo tiene un comentario)

    ResponderEliminar
  2. Bonita historia, ESCALOFRIANTE¡¡ pero esta muy bien.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, Doña Leona!... Ya he estado abajo. Páselo muy bien lo que queda del lunes.

    ResponderEliminar