jueves, 3 de octubre de 2013

El maná



Dio una vuelta y otra más. Giró sobre sí misma como una peonza durante varios minutos. Se detuvo. Observó el espacio cercano y oteó el lejano horizonte de asfalto y alcantarillado. Nada. Y los malditos charcos dificultaban aún más sus movimientos.
Había llovido mucho en la ciudad durante aquella mañana fría de Otoño. Lluvia fría, muy fría. Las primeras lluvias otoñales nunca se hacían esperar. La llegada de una motocicleta alteró su tranquilidad, pero estaba acostumbrada. Exploró el terreno sin éxito. Nada.

El maná!, el maná!... es que hoy no va a caer el maná de los dioses!... parecía decir con sus ojillos inquietos. Y tanta insistencia fue premiada porque de pronto apareció el abuelillo del maná, el de las migas de pan duro.

Cayó el maná sobre el sucio pavimento y se apresuró a picotear. Cinco, seis, siete y hasta ocho palomas surgieron de la nada. Ocho compañeras tan voraces como ella. "Siempre lo mismo, caray, de dónde salen estas entrometidas?!"
Unos minutos más tarde se acabó el maná. Volaron las intrusas en busca de otros puntos de avituallamiento, de alguna estatua o de alguna cornisa acogedora.
Giró sobre sí misma. Caminó arriba y abajo. Exploró el terreno. Nada.

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