lunes, 11 de enero de 2016

El blog de los muertos leyentes.

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He buscado la palabra "leyente" en mi diccionario barato de bolsillo, pero no viene, solo viene "lector"; sin embargo, sí viene "oyente" y no viene "oídor" A lo mejor, si un día dispongo de dinero para comprarme un gran diccionario, y de espacio en donde colocarlo, me llevo la grata sorpresa de que vienen esas palabras e incluso otras muchas. Pagando todo se consigue. Pero no me importa, me ha gustado el vocablo y lo utilizo para el título de este post, exista o no exista.
¿Qué es un muerto leyente? Pues usted mismo que me está leyendo ahora y otros cuantos gilipollas. Hablo de docenas de gilipollas o de cientos de gilipollas. Para el tiempo que llevo escribiendo: de miles de gilipollas.
Existe en este blog un apartado llamado "estadística" en el que se me informa de los fantasmas que entran cada día a leerme, de los "muertos leyentes" Y no es que entren a millones porque no soy Ken Follet ni Paquirrín, ni un escritor glorioso ni un monstruito mediático. Pero sí entran por docenas. Llegué a pensar que esto de la estadística era un timo, que ponían las cifras que les daba la gana. Pero no, son cifras reales, lo he constatado cuando anuncio desde Twitter un determinado relato, entonces se duplica o triplica el número de visitantes, e incluso algún día han pasado del centenar. Pero no me dicen nada, son muertos leyentes, no se comunican. ¿Por qué?
Hubo un tiempo en que era de lo más normal la comunicación entre blogueros. Nuestras pequeñas veleidades literarias eran comentadas por otros. Se charlaba, de debatía, se criticaba, echábamos unas risas e incluso se reñía. La cosa estaba muy animada.
Pero surgieron Twitter y Facebook y entontecieron al personal, lo despersonalizaron, lo "adiestraron" a hacer clic en una pestañita en donde pone "me gusta" ¿Tanto cuesta escribir estas dos palabras: "me gusta"? La verdad es que solo son siete letras. Sí, por supuesto, también hay un espacio para comentarios, y lo suelen utilizar muchos analfabetos funcionales para poner signos admirativos o interrogativos en serie y pisotear brutalmente el diccionario. En tiempo de los blogs les hubiésemos llamado imbéciles directamente.
Nunca me he considerado un literato, pero con un poquito de talento, y a fuerza de practicar durante años, he llegado a un punto en el que consigo redactar relatos entretenidillos, unos mejores que otros, por supuesto, algunos una mierda. ¿Ninguno merece un comentario mínimo de los "voyeurs" que me visitan?
Suelen comentarme mi novia, una amiga y ocasionalmente un amigo, y muy de cuando en cuando se deja caer por aquí algún incordiador o alguien que me recuerda que me conoció en tal sitio. A lo mejor, si aparezco en la televisión basura aireando los trapos sucios de alguien o los mios, se me llena esto de comentarios mongoloides. Ah, pues no, la televisión basura no entra en mis planes, prefiero seguir con mis muertos leyentes. Bueno, la verdad es que no lo prefiero, pero no tengo más cojones que conformarme, adaptarme a estos nuevos tiempos de desculturación masiva y descarado ninguneo.

5 comentarios:

  1. Buenas tardes¡¡ he pasado por aqui,y puedo comentar un poco, pero no puedo mucho por que mi portatil es una grandisima mierdad, BESOS Y ABRAZOA¡¡¡¡¡

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  2. a VER ESA HISTORIAS DE LAS QUE SE PONE LOS PELICOS DE PUNTITICAAA¡¡¡

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  3. ¡Gracias, Enri!, pero no escribas corriendo y relee lo que has escrito antes de publicar.

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  4. ¡Buenas!

    Pues no sé, igual les pasa como a mí ahora, el trasto inútil del que dispongo, aunque ya sería raro, ya, que a todos les pase lo mismo.
    Hoy, porque he vuelto a agenciarme el ordenata de mi tía, que si no, ni flores.

    Me sabe mal, pero no puedo evitarlo de momento. Los Reyes, no sólo no me trajeron un cacharro nuevo, sino que descuajeringaron el de mi hija y también el de mi hijo. El de ella, el mismo día de Reyes, cuando me estaba enseñando los muebles que le gustan para la habitación del bebé. No se ha recuperado, sigue muerto.
    El de mi hijo, que viajó con él a cuestas (un portátil, claro), feneció en casa. Y yo no lo había tocado, ¡ojo! No me dio tiempo.

    En fin.
    Un abrazo.

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