viernes, 8 de enero de 2016

Adios a un filántropo




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Un relato con fondo humano e inhumano.

Mister John Burnley era un anciano de 77 años que subsistía gracias a su pequeña paga de jubilado, la cual le daba para comer y para su misión humanitaria de ayuda a los más desfavorecidos. Era dueño de su casita, por lo que se libraba de pagar un fastidioso alquiler, y no se gastaba un solo penique en ropa, de modo que lucía casi tan harapiento como la gente a la que ayudaba.
Pero aquel día no, aquel día Mister Burnley sacó del viejo armario su único y viejo traje, el que preservaba del deterioro con bolitas de alcanfor, para asistir a la boda de una sobrina nieta, Y completó su look con un sombrero verde de fieltro y una corbata de lunares rojos.
Un atracador navajero, al verle tan compuesto, pensó que era un hombre rico y se plantó ante él en actitud amenazante.
- Give me all your money, you bastard! ( ¡Dame todo tu dinero, bastardo! )
Estaban en una calleja estrecha, de las muchas que hay en el centro de Manchester, por donde apenas transita la gente, pero que a Mister Burnley le venía muy bien para atajar.
Mister Burnley quiso decirle al atracador que llevaba muy poco dinero y que era para los pobres. Alzó el brazo mostrando la palma de la mano en son de paz. Pero el navajero, que estaba muy nervioso, le clavó instantáneamente la navaja, con tan mala fortuna que le atravesó el corazón. El anciano cayó al suelo y el agresor rebuscó en sus bolsillos hasta dar con un pequeño monedero. Luego salió corriendo de la calleja y siguió a paso rápido por varias calles hasta sentirse seguro. Miró en el interior del monedero y se llevó la gran decepción.
- Shit!, just two pounds and fifty pence. ( ¡Mierda!, solo dos libras y cincuenta peniques. ) Eran cinco monedas de cincuenta peniques.
Mister Burnley, en el caso de no estar muerto, hubiese aprovechado la hora anterior a la ceremonia nupcial para acercarse a los diferentes puntos del centro de la city, en donde le aguardaban sus cinco mendigos de los jueves, para entregarles a cada uno de ellos su respectiva moneda de cincuenta peniques.
Entre cuarenta y cincuenta necesitados, contando los fijos y los que se aparecen de repente, se quedaban a partir de este momento sin la "asignación" semanal de Mister John Burnley, un hombre pobre que ayudaba a los pobres.

Este relato ha nacido de una idea muy simple, como todos. Esta mañana le he dado a un mendigo una moneda de 50 peniques, media libra, y me ha dado por pensar que este hombre quizá tenía un mal día y mi moneda le ha venido muy bien. Los que hemos "hecho la calle" como artistas callejeros sabemos de días muy malos en los que nos convertimos en invisibles para los que pasan a nuestro lado. He pensado que me podría haber muerto esa misma mañana - ya tengo edad para ello - y el buen hombre se habría quedado sin mis cincuenta peniques. Los escritores pensamos mucho, ¡je,je!

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