La zurbahistorieta del sábado

La varita mágica de Burlindo

El mago Burlindo, que era el mejor de los magos del reino de Cañadragandia, estaba muy triste, muy triste, muy triste, muy triste...
Todos los pequeñuelos de la aldea - porque esta historia sucede en la aldea de Guskunyugulia, querido pequeñuelos lectores - se arremolinaron en torno al mago Burlindo para saber sus cuitas.
- Qué os pasa, noble mago - preguntó un zagalillo de nombre Jacundriano.
- Pues que he perdido mi varita mágica y sin ella me es imposible hacer magias. Oh, cuan mísero me siento!
- Y no podeis utilizar los polvos mágicos? - inquirió un pecosillo al que llamaban "Cara de paella"
- Oh, no, necesito que las palabras mágicas y los polvos mágicos se acompañen de la varita mágica. Sin las tres cosas no hay magia posible, y ya sabeis vosotros que yo soy un mago de verdad, como Merlín, y no uno de esos farsantes que tan sólo son prestidigitadores o ilusionistas.
- Oh!, Oh!, Oh!... - Exclamó Enriquetillo por triplicado - Yo ya sé en dónde está vuestra varita mágica! - Pues recordó que su abuela Blasiblisa se había encontrado hacía pocos días una varita y la utilizaba para rascarse la espalda.
Corrió Enriquetillo a su casa y regresó con su abuela y con la varita.
- Oh, gracias, gracias, ancianísima dama! - dijo alborozado Burlindo, besando a Blasiblisa en sus arrugadas mejillas. - Decidme, otoñal matriarca, cuántos días llevais arrascandóos la espalda con mi varita mágica?
- Tres días con sus noches, señor mago.
Y entonces el mago Burlindo realizó unos pases mágicos con su varita mágica, lanzó sus polvos mágicos al aire y pronunció las siguientes palabras mágicas:
"Alkakaturbia dontungunga calamarongia chimpanchurcio!... Joven y lozana seas!"
Y doña Blasiblisa se convirtió en una hermosa doncella para asombro y regocijo de todos los habitantes de Guskunyugulia.
Y colorín colorete... que le den por el culo a Cañete.