sábado, 25 de octubre de 2014
Una disparatada zurbahistorieta sabatina.
Fornicios y Cruzadas.
El señor conde, Don Tuberculiano Corazón de Jabalí, partió con sus vasallos a la cruzada contra el moro infiel. A cincuenta leguas y media de su castillo iba a encontrarse con el rey Florialdo IV, "El Metrosexual", y sus aguerridas mesnadas. Y cuando aún no había divisado en lontananza a las huestes del monárca, Don Tuber se echó las manos a la cabeza y puso ojos de besugo porque acababa de recordar un olvido:
"Rayos y centellas, sapos y culebras... olvideme de ponerle el cinturón de castidad a mi esposa Ponciana!"
Y de inmediato fijose en su fiel escudero Regulubrio, un hombre que al parecer no hacía aprecio de las hembras, porque decían que practicaba el pecado nefando con todos los soldados bujarrones, e incluso deleitábase con el enano bufón, Enriqueto.
- Regulubrio, retornad al Castillo y ponerle el cinturón de castidad a mi santa esposa Ponciana, pues es menester que sea casta en mi ausencia, ya que la jodienda fuera del matrimonio cristiano es un pecado horrible a los ojos del Señor y de su Santa Madre Iglesia. Y no olvideis de esconder la llave para que a ella no le de por abrirlo. Venga, partid presto, y en cuanto finiquiteis regresad a toda hostia hasta darnos alcance.
Pero el señor conde ignoraba que a su escudero le gustaban las hembras fermosotas tanto como los soldados cipotudos.
Doña Ponciana estaba siendo sodomizada por el anciano Venturoso cuando uno de los soldados inválidos que se habían librado de la cruzada, gritó desde la torre del homenaje:
"Jinete a la vistaaaa...!!!"
Poco después se reunían Doña Ponciana y el fiel Regulubrio, y tras echar un par de polvotes que satisfacieron a ambos largamente, Regu recordó a Ponci que no olvidase de ponerse el cinturón anti-sexo y de ocultar la llave en el lugar indicado en cuanto avistase en lontananza la llegada de su marido y dueño.
- Harelo así, mi amado picha brava.
- Y no le fatigueis mucho al viejo Venturoso, que cualquier día se os muere en plena fornicación.
- Largaos ya, Regulubrio, pues mi señor cornudo va a impacientarse.
La Cruzada fue muy bien, murieron miles de moros y tan solo un par de centenares de cristianos, pero el señor conde, Don Tuberculiano, fue herido de muerte y falleció al día siguiente en la UCIM de campaña. ( Unidad de Cuidados Intensivos Medievales )
Doña Ponciana alegrose tanto de la muerte del cornudo como de la presencia de todos los soldados supervivientes, entre los cuales los había tan buenos mozos como buenos fornicadores. ( Aún no se había inventado la viagra y el anciano Venturoso ya no daba más de sí )
Regulubrio siguió jodiendo tanto con los unos como con las otras, sin descuidar a la fogosa condesa viuda, si bien debía compartirla con la soldadesca.
El Papa Oroncio VIII, enterado de que en el Castillo del difunto Tuberculiano se lo pasaban mejor que en Sodoma y Gomorra, los excomulgó a todos en un periquete, pero dos semanas más tarde les levantó la excomunión a cambio de que participasen en otra gloriosa cruzada. Y así lo hicieron. ( Y con una bula especial para sodomizar sarracenos )
Las malas lenguas dicen ahora que el papa Oroncio visita de incognito el castillo para dejarse penetrar analmente por los más apuestos soldados. Ni puto caso, son las malas lenguas.
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