sábado, 1 de noviembre de 2014

Cuento del Principe Azul y la linda doncella hija del humilde leñador Crispuciano.






La dulce doncella besó a la rana y esta se convirtió en un príncipe azul. Oh, un príncipe azul, lo más alto a lo que podía aspirar en aquellos tiempos una dulce doncella hija de un humilde labrador. Este, el humilde labrador, se llamaba Crispuciano, y la mujer del labrador respondía por Grisondiana, aunque tales datos no vengan a cuento en el cuento, pero puede que tal información agrade a algunos lectores ávidos de conocimientos inútiles.
Y para mayor gozo de la linda doncella, el príncipe era apuesto, amable, inteligente y con sentido del humor, todo un hombre al que no hubiesen desdeñado las muy espirituales y ardorosas Doña Mar y Doña Lou.
Y fueron felices y comieron perdices, muchísimas perdices, pues la familia real era poseedora de la mayor riqueza del reino, que por algo era una familia real de las antes, y en palacio siempre había perdices, codornices, ostras, caviar, chuletones y chuletillas, jamones de pata negra y las más hermosotas gallinas de todas las comarcas de Fuchilandia, que así se llamaba el reino. Pues dichas aves de corral tan lozanas eran obsequio de la campesina Mode, gran admiradora de la familia real. Y tanto el rey como la reina, y todos sus cortesanos, estaban contentísimos por el desencantamiento del amado heredero, pues no es de recibo que todo un príncipe, y además azul, viva convertido en rana, dedicando su tiempo a croar en un pantano.
El príncipe azul, que se llamaba Ciriaco, y la ahora princesa, llamada Nalgabunda, hacían el amor todos los días y a todas horas, incluídos festivos y domingos, después de la misa de doce, así llamada porque asistían los doce consejeros reales. Y gozaban de tales placeres carnales largamente, pues su enamoramiento era tan grande como su líbido inagotable.
Y ahora he de entrar en detalles sexuales si quieren ustedes que llegue al final de la historia.

Ciriaco le hacía a Nalgabunda unos cunnilingus exquisitos que la transportaban al séptimo cielo o más lejos, pues bien es sabido que las buenas lamidas en el clítoris provocan el éxtasis sexual de primera categoría en las damas y damitas fistrosexuales, ya que entre el clítoris y el punto g se reparte el mayor disfrute del oscuro objeto del deseo, como gustó definirlo Don Buñuel.
Sin embargo, había algo muy extraño que tenía preocupadísima a Nalgabunda: el príncipe azul Ciriaco no se dejaba hacer una felación, y la verdad es que ella hubiese sido muy feliz proporcionándole tanto placer en la polla como él se lo proporcionaba a ella en el coño.
"No debes hacerme jamás una mamada, amada mia", dijo el príncipe azul muy seriamente en la primera ocasión en que ella lo intentó, "pues nuestra familia arrastra una maldición desde hace muchos siglos, una maldita maldición, valga la redundancia. Una bruja muy perversa dijo que al príncipe al que se la chupasen le ocurriría algo que... bueno, que no te puedo contar"
Y desde ese día Nalgabunda vivió muy intrigada. "Qué le puede ocurrir a mi amado Ciriaco si mis manos y mi lengua se deslizan salivosos por su rígido cipote?
Y cierta noche ocurrió la tragedia anunciada. Anunciada por la puta bruja aquella, por supuesto. El príncipe Ciriaco y la princesa Nalgabunda habían bebido mucho en la fiesta de las bodas de oro matrimoniales del rey Armonio y la reina Chundagrulla. Retiráronse a sus reales aposentos y desnudáronse integralmente. Pero el príncipe Ciriaco durmiose al instante, y entonces la princesa Nalgabunda tuvo una malísima idea, la peor que se le podía ocurrir, culpa de la grandiosa borrachera. Chupó con ansia borracheril el pene de su amado hasta ponérselo tieso, pues él soñaba que se la estaba chupando un ángel, y tratándose de ángeles no tiene validez la maldición brujeril. Pero vaya si la tuvo. En cuanto el glande se humedeció por el primer brote seminal, el príncipe convirtiose instantáneamente en una viscosa y peluda rana, y la princesa apartó horrorizada su lengua de la tan repulsiva batracia. Y entonces se echó a llorar desesperadamente. A buenas horas, gilipollas!...
El príncipe Ciriaco Bermudo Hermógenes Eulogio Frolilán de Todos los Santos dejó de existir. Ahora su espíritu lo poesía una rana muy croadora. Y la maléfica bruja Zampurralda se reía desde el Más Allá, en las cuevas tenebrosas en donde habitan los bichos más malos del Universo, y sus carcajadas sonaron durante cuatro días con sus noches a lo largo y ancho de Fuchilandia.
Nalgabunda, culpable de que la desgracia se cebase nuevamente en la familia real, fue condenada a morir en la hoguera. Ni siquiera tuvieron por compasión estrangularla para evitarle los horribles dolores que produce el fuego en un ser humano. Y tampoco se apiadaron de ella cuando gritó: "No, por favor, no lo hagan, que a Leona Catalana no le gustan estos finales tan trágicos!"
Sólo lloraron su muerte sus desolados padres Crispuciano y Grisondiana. ( Vale, ya que los he citado al principio, que consten también al final )

4 comentarios:

  1. ¡Cachíslamar! En atención a la princesa borrachuza diré que la bruja tiene otra identidad con la que se pasea tan campante entre la gente, lanzando puñados de maíz.
    La venganza va dirigida al Autor, que ya sabemos cómo las gastan esas, líandolo todo... ¡Uf! ¡Uf!

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  2. Ostras, acláreme esto!... Usted a veces habla en clave y no me entero. Perdone por mi torpeza. Buen lunes!

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    Respuestas
    1. Se lo aclararé en privado. O no.
      Estoy hasta las narices, señor contramaestre.

      Bueno, ya no está allí, en ese agujero de hipócritas babosos y apestosos.

      Que le vayan bien las cosas a partir de ahora.

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