viernes, 30 de octubre de 2015

( XXVI ) Un asesino más listo que el hambre.


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( Broklyn Beckham y Brooklyn Jackson )


Flaugerta y Carlota

- Querida, no te eches a llorar, que siempre me haces lo mismo. La cosa es muy seria, Flau, y cada uno debe asumir sus responsabilidades. No debes negarte a recibir al investigador porque si no lo haces tendrás que responder ante la policía. Tu obligación, Flau, es decirle al detective lo que sabes o crees saber y revelarle el paradero de tu hijo. ¿Me estás escuchando o sigues lloriqueando? Ay, Dios, el próximo día hablamos por video conferencia, que a mi me gusta verte la cara.
- Ay, hija, es que no me veo yo a mi edad metida en estos berge... berjeneales... berjerengales...
- Berengenales, Flau, berenjenales, de berenjena.
- Ay, Carlota, que yo no sé en dónde está mi Alfonsito, nunca me dice nada.
- Tú Alfonsito no da señales de vida desde el mismo día en el que mataron a ese pobre desgraciado. Eso le debe saber el señor detective.
- Pero tú te crees de verdad que ese hombre era...
- Tengo pruebas.
- Y que Alfonsito ha podido...
- No sería de extrañar.
- ¿Y quién ha contratado a ese detective?
- Pues no lo sé, pero posiblemente alguien que sospecha. Posiblemente no, ¡seguramente, Flau, seguramente!


Fulgencio y Frutos.

Se dirigió a los bares en los que, según Cordero, la víctima solía acudir a que le cambiasen la calderilla por billetes. Tardó en dar con ellos porque su referencia, la furgoneta del "Servicio de Catering Jiménez Herrera", ya se había largado. Al final encontró los barecitos, dos bares pequeños con sus cristaleras anunciando raciones de calamares, chopitos, boquerones, albóndigas, bocatas de jamón y queso..., y desayunos a base de café con leche o chocolate acompañado de churros, porras o bollería. Muy madrileños ambos baretos. Uno se llamaba simplemente "Bar Frutos" y el otro "Bar La Mar de Almería" Decidió empezar por el Bar Frutos, pero antes se puso las gafas disimuladoras e intimidadoras tapando su ojo de sapo y el parche de la cuenca en donde tuvo otro ojo antes de que la maldita pelota de goma le desojase.
- ¿Qué va a ser?
Preguntó secamente el señor Frutos, un cincuentón de cabeza apepinada y casi calva, nariz ganchuda y ojillos grises de mirada recelosa. Barba de tres días y aspecto de tener muy mala leche.
- ¿Una caña, por favor?
- Botellín o tercio.
"¡Vaya por Dios!"
Observó que el rijoso individuo estaba en consonancia con el cartelito que había justo a su espalda, sobre la cafetera: "LOS APERITIVOS NO SON OBLIGACIÓN DE LA CASA. ACEPTE LO QUE LE DEN, NO EXIJA"
"¡La hostia, cuánto borderío!"
- Vale, pues póngame una botella de tercio. Que esté muy fría, por favor!
- Las acabo de meter en la nevera, no están frías.
A Fulgencio le dieron ganas de mandar a la mierda a aquel individuo tan desagradable y escaparse corriendo, pero no tardó una décima de segundo en recordar que estaba allí por trabajo.
- De acuerdo, del tiempo.
- ¡Anda, pues sí que hay un par de ellas frías, no me acordaba!
Al detective le pareció de pronto el barman más simpático del mundo. Pero al "simpático" seguía sin gustarle el monstruo.
"¿De qué película de terror habrá salido este hijo de puta?" 
El detective tiró de los "fondos reservados" para ganarse al garrulo. Colocó sobre el mostrador un billete de cinco euros.
- Quédese con el cambio.
- ¡Es demasiado, caballero!
Los soberbios suelen ser los primeros en humillarse.
- Es que he pillado cacho en la lotería.
- ¡Enhorabuena!
- Oiga, ¿podría usted decirme si paraba por aquí el mendigo al que asesinaron al principio de este mes?
- Aguarde un momento, voy a atender a ese cliente.
Se fue al otro extremo de la barra y sirvió un café con leche en vaso de caña a un chino que vestía una camiseta del Atlético de Madrid. Volvió y le contó al detective lo que sabía del difunto.
- Aquí paró poco. Yo le cambiaba las monedas pero no quise saber nada más de él. Esa gente te echa a la clientela, ¿sabe usted?, aunque reconozco que no se metía con nadie, apenas hablaba. Eso sí, una noche orinó cerca de la puerta y le monté la bronca. Después de eso vino menos. Parece que en el bar de al lado le trataban mejor que yo, posiblemente allí no orinó cerca de la puerta.
Su sexto sentido le dijo a Fulgencio que el hostelero Frutos se callaba algo.
Su siguiente visita fue al "Bar La Mar de Almería"


Fulgencio y Basi

También dio con la dueña, Basilisa, más conocida por los clientes y amigos como "Basi". Era un barecito de los más pequeños, como el de Frutos, pero más limpio y presentable y con un barman ecuatoriano de sonrisa perpetua que respondía por Brooklyn, como el condado neoyorkino o la hija de Michael Jackson.
Basi era una cincuentona hermosota pero no obesa, que combinaba en las distancias cortas sonrisa irónica y mirada pícara; ojazos verdes que destacaban bajo una melena negra y corta.
Basi atendio al detective porque Brooklyn le estaba dando cambio al chino del Atlético de Madrid, que había cambiado de bar para probar suerte en la tragaperras del Mar de Almería.
- ¿Qué desea el caballero?
Preguntó Basi al recien llegado, tratando de disimular el repelús que le provocaba. Fulgenció pidió ahora un botellín.
- Tómese mejor una caña, que están más fresquitas. Es que acabo de meter las botellas en la nevera. Mire, es que ahora ya no hace calor y la gente toma menos cerveza embotellada. ¿Ve al chino ese de ahí?..., pues en verano se toma dos o tres botellines jugando a la máquina, y ahora sólo juega a la máquina.
Estuvo tentado de decirle que el chino se había tomado un café con leche en el bar de la competencia, pero lo descartó al momento porque no se veía cotilleando ese tipo de gilipolleces.
"Vaya, sonríe y es locuaz. No tengo que sobornarla como al capullo del Frutos"
- De acuerdo, una caña.
"Algo se ha callado el Frutos"
Seguía estrujándose el coco ante la idea del fracaso en sus indagaciones en el bar anterior, después de haberle salido tan cara la cerveza.
"Es más feo este tipejo que matar a un padre", se dijo Basi mientras le servía la caña y un platito con dos croquetas de bacalao a modo de aperitivo.
"Joder, ahora que caigo, el hijoputa del Frutos no me ha puesto aperitivo".

( Continuará )


jueves, 29 de octubre de 2015

( XXV ) Un asesino más listo que el hambre.



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( Vertedero de La Cañada y gatito pirata que nos recuerda al investigador Fulgencio Hermoso Gallardo )

Resumen de lo publicado

Aparece el cadáver de un mendigo asesinado en el cementerio de La Cañada, barrio madrileño. Todo apunta a que su asesino es otro mendigo del mismo barrio. Pero una aristócrata decadente "sabe" o sospecha que el mendigo inculpado no es el "autor intectual" del crimen y, a lo mejor, ni siquiera el autor material. 
Para confirmar sus sospechas contrata a un detective privado sumamente antiestetico: Un solo y enorme ojo de batracio y, sobre la cuenca del otro ojo, un parche de pirata, cuando no se camufla con unas gafas oscuras de grandes lentes; cabeza grande como una calabaza; nariz redonda y roja como un tomate; bajito de 1`49 y jorobado.
Pero, a pesar de lo mal hecho que está, el detective es inteligente y goza de un gran sentido del humor. 
Habla con el portavoz de la policía y con el abogado de oficio encargado de defender al presunto asesino. Convence a ambos de la posibilidad de que el presunto culpable no sea culpable. Se presenta en el barrio de La Cañada y un poli local le habla sobre los lugares en donde podrían informarle sobre el muerto.
Y, antes de seguir, he aquí una relación de los personajes, no todos, que podrá servir para que se orienten aquellos que están reflejados diariamente en las cifras de visitantes de este blog, más las personas que me leen desde Facebook y mis amigas Teresa Coscojuela y Enriqueta Jiménez Herrera, cuyos comentarios al pie de los episodios me sirven para motivarme en la escritura y los agradezco de corazón.

Mauricio Carrascales, mendigo asesinado.
Honorio Pontarrón, mendigo acusado del asesinato.
Fulgencio Hermoso Gallardo, detective atípico.
Carlota Echegaray Aguirrezabaleta, aristócrata decadente.
Mario, Mari y Fernando, mayordomo, doncella y gato de Doña Carlota.
Justo Pantoja, portavoz policial.
Teodoro Fabra, abogado de Pontarrón.
Ramón Cordero, policía local de La Cañada.
Hay más e irán apareciendo muchos más desde el próximo episodio.
Continuamos.


Fulgencio y Cordero.

Fulgencio recibe información sobre las andanzas del indigente asesinado, pero su informador, el poli local Cordero, no sabe nada de las andanzas de su presunto asesino, Pontarrón.
- Al que mataron le conocíamos de hace mucho, al menos de vista. Le conocían mejor los de los bares que le he mencionado y mi hermana Virtu, por la razones que usted ya sabe. Pero el otro, el presunto asesino, debía llevar aquí poco tiempo. Desde luego, por esta zona no se movía porque me hubiese fijado. Paraba por la zona de los vertederos, a la entrada del pueblo. Allí hay unas casuchas abandonadas y otras habitadas por gente muy pobre. En algunas ocasiones han acampado mangantes. Una vez pìllamos a una banda de gitanos de los que roban todo lo que se les pone por delante. ¡Menudos hijos de puta!, y no soy racista, eh.
- Y le denunció una vecina de las casuchas, ¿no?, vamos, que fue la que le encontró con el cuchillo.
- Eso ya pregúnteselo a mi jefe, yo sé lo mismo que usted, no intervine en la detención ni nada de eso. Enseguida vino la guardia civil y se lo llevó, según tengo entendido.
- ¿Y por dónde quedan los vertederos?
- Ya se lo he dicho, a la entrada del barrio. ¿Usted ha venido en coche?
- No, en autobús.
- Pues por donde ha entrado el autobús, en donde empiezan los edificios. ¡Hostias, pero mire usted que sinvergüenzas, unos sobre la acera y otros en doble fila!... ¡Joder, se me suben a las barbas! Perdón, pero tengo que seguir con mi obligación.
- Siga, siga, me ha sido usted de gran ayuda, agente.
Mentalmente se hizo un croquis de trabajo. Dividiría la investigación en La Cañada en dos partes, o mejor dicho: en dos zonas, zona Mauricio Carrascal y zona Honorio Pontarrón.
Se dirigió hacia los bares en donde, según Cordero, la víctima cambiaba la calderilla en billetes de banco de poca cuantía. Atrás dejó al eficiente agente discutiendo con un malencarado conductor infractor.

( Continuará )

miércoles, 28 de octubre de 2015

( XXIV ) Un asesino más listo que el hambre.


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Fulgencio y Ramón


Un municipal que se disponía a multar a varios coches aparcados sobre la acera reparó en el horrible personaje que espiaba a los clientes del cajero automático del banco.
"¡Te vas a enterar tú de lo que vale un policía local de La Cañada, monstruo de Tasmania!", exclamó para sus adentros el viejo munipa, próximo ya a la jubilación. Pero Fulgencio, que como monstruo se las sabía todas y había visto al polizonte antes de que este reparase en él, ( cuando él quería, su ojo gozaba de la visión panorámica de las palomas ) se volvió hacia el uniformado pronunciando una de sus frases disuasorias:
- Señor agente del orden público, no soy un terrorista ni un delincuente, ni tan siquiera el "tonto" del timo de la estampita. Pero, eso sí, ¡soy feo de cojones!, esta es mi señal de identidad.
El agente Ramón Cordero, sesentón y campechano como él solo, la alegría de la policía municipal, tras observar durante tres segundos al "feo de cojones", rompió en una sonora y larga carcajada que llamó la atención de varios transeuntes, coyuntura que aprovechó el detective para extenderle su tarjeta de visita: "Fulgencio Hermoso Gallardo. Investigador privado"
Tras un breve intercambio de impresiones, y sin que el agente Cordero se percatase de que se fugaba uno de los coches mal aparcados, librándose de la consiguiente multa, entraron en materia.
- Donde quizá le puedan decir algo sobre el muerto, si ellos quieren, es en aquellos dos bares que se ven allí abajo, en la otra acera, al lado de la furgoneta del "Servicio de Catering Jiménez Herrera" que está parada en el semáforo, ¿los ve?
- Sí, si.
- Tengo entendido que allí cambiaba la calderilla que le echaban por billetes de cinco y diez euros, dependiendo de lo que sacase ese día. Y, mire, le voy a dar otro dato muy bueno: Tres calles más abajo, a la izquierda, en la calle Peregrino Valdivieso, hay un servicio de lavado a mano de coches. Lo lleva mi hermana Virtu. Vamos, es la jefa. Ahí le dejaban entrar al váter a hacer sus necesidades porque se lo pedí yo a Virtu, que ya estábamos cansados de recibir quejas en la policía local porque le encontraban haciendo aguas mayores y menores en cualquier parte.
"Aguas mayores y menores"... Debe ser una degeneración profesional por la terminología que utilizan en los atestados", pensó el detective.
- Pues eso, cualquiera de ellos, los de los bares o mi hermana, le podrán hablar de él. Yo apenas le traté.
- ¿Y qué me puede decir del otro, del presunto asesino?
- Nada. ¡Cagûen la puta, ya se ha subido otro coche a la acera.

( Continuará )

martes, 27 de octubre de 2015

( XXIII ) Un asesino más listo que el hambre.



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Fulgencio y Ramón

El barrio de La Cañada empezó siendo un poblado chabolista en los años cincuenta, como Palomeras, cerca del barrio de Vallecas, o el Pozo del Tío Raimundo, junto al pueblo de Vallecas, territorios humildes que acogieron a los refugiados tras su éxodo dejando atrás el hambre de sus Extremadura y Andalucía natales. Hoy en día, el barrio de La Cañada es una "ciudad dormitorio" con centros de salud, iglesias, comercios, un polideportivo y muchísimos bares, y también bancos, cinco sucursales bancarias para hipotecados y mendigos de pasar la noche. También un albergue para los "sin techo" ( desacertado eufemismo ) que la mayoría de ellos rechaza porque no les va recogerse tan pronto.
Fulgencio se apeó del autobús en la parada de la Avenida de la Constitución, en donde le había informado Fabra que estaba la sucursal del Banco de Santander en cuyo cajero nocturno dormía Mauricio Carrascales. Solo caminó cien metros por la populosa avenida, columna vertebral de La Cañada, hasta encontrar la sucursal. No había ninguna conclusión que sacar mirando al cajero en donde durmió muchísimas noches el infausto Mauricio, pero de todas formas le echó un ojo al habitáculo, su único ojo, pensando que, a lo mejor, el ver aquello le daba alas a su inspiración detectivesca.
"Aquí maldurmió, semimuerto o semivivo, un pobre desgraciado al que la vida le puteó como a tantos otros. Un pobre hombre que pudo dormir quemado o apalizado, pero que murió acuchillado y en otro lugar porque alguien lo decidió así. ¿Qué puto misterio es este?; ¿Quién decidió que muriese y porqué?; ¿Qué coño tiene que ver en tan macabra historia la vieja que me ha contratado?"
Por el cajero pasaron varias personas a sacar dinero mientras Fulgencio se hacía estas preguntas y miraba a los pies de los que se detenían ante el cajero, viendo al infortunado Mauricio durmiendo en el suelo, posiblemente mal abrigado con cartones y sábanas hediondas rescatadas de algún contenedor. ¿O ya tenía el edredón y la colchoneta que encontraron junto con su cadáver en el panteón?
Arriba el dinero, almacenado en este invento capitalista llamado cajero automático. Abajo los pies de la gente pisando a alguien más desgraciado que ellos. ¡Oh, y cuántos se habrán escandalizado al enterarse de su cruel muerte!, posiblemente también los que eludían su mirada cuando se lo encontraban despierto.
Un policía municipal, que se disponía a multar a varios coches aparcados sobre la acera, reparó en el horrible personaje que no dejaba de mirar al cajero. Algunos clientes del banco también habían reparado en él y no sin cierto temor. El poli abandonó su trajín con las multas y se puso a observar al monstruo. Le daba muy mala espina que estuviese siguiendo las evoluciones de los que utilizaban el cajero. Se llevó la mano a la cartuchera para recordar como se "desmartillaba" el arma. En toda su vida de munipa, jamás había disparado un tiro.
"¿Será esta la primera vez?... ¡Jodeeeer!"

( Continuará )

lunes, 26 de octubre de 2015

( XXII ) Un asesino como los demás.


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( Un aspecto de Chinchón y otro del Rastro madrileño )


"Diga lo que diga, Doña Carlota, mañana es sábado y pasado mañana domingo, lo cual suma un fin de semana, así que deberá esperarse hasta el lunes para escuchar mis informaciones, aunque posiblemente el domingo por la tarde me acerque a La Cañada a husmear rastros de Carrascales y Pontarrón"
Esto lo pensó mientras ponía en marcha el DVD de "La Parada de los Monstruos" 
"¡Qué jodídamente lo pasaban los monstruos en otros tiempos!, y hoy todavía se exhiben los enanos en las plazas de toros y en los circos, y los subnormales en las tertulias televisivas"
Fulgencio era una mezcla de conformista y positivista. Se sentía un hombre afortunado por haber conseguido ejercer como detective teniendo un aspecto de lo más antiestético. Cuando más eufórico estaba se sentía un triunfador y no le importaba compartir esta euforia con un desconocido, quizá con algún solitario como él con el que topaba por la calle, o con un borracho en la barra de un bar, de ese tipo de borrachos tan ciegos de alcohol que no se cortan ante la presencia de un ser monstruoso. El alcohol desinhibe a la gente e incluso les motiva a pasear en moto por la noche, como ocurrió con un juez en Madrid.
El sábado se levantó muy tarde y acudió al Mesón del Jamón de la plazuela de Antón Martín a despachar un suculento desayuno a base de un montado de jamón, un chocolate con cuatro porras y un copazo de Chinchón dulce. Chinchón, pueblo madrileño, es célebre por sus vinos y anises, pero Fulgencio se decanta por estos últimos para sus desayunos exclusivos.
Paseó por Magdalena, Tirso de Molina y Duque de Alba hasta llegar a La Latina, el feudo de Lina Morgan, donde la gran estrella de la revista tuvo su propio teatro, Teatro de la Latina, y contó con el cariño de miles de madrileños y visitantes. 
( Beatriz Galindo, "La Latina", escritora y humanista, la mujer más culta de su tiempo, fue profesora de Isabel la Católica y de sus hijos, siendo 25 años más joven que la reina ) 
Llegó hasta la archipopular plaza de Cascorro ( "Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro, soldado español distinguido en la guerra de Cuba ) y se sumergió en el corazón bullicioso del Rastro. Eso sí, camuflado en sus gafas oscuras de lentes muy grandes, dado que en el Rastro, en sábados y festivos, es normal rozarse con la gente aglomerada. Aún así, muchas personas le miraron intrigadas. Su cabeza voluminosa, baja estatura y joroba llamaban poderosamente la atención. 
En el Rastro disfrutó como un enano, como siempre, como lo que era, observando a la gente, sus muecas, sus miradas, su forma de andar o de hablar. Esta era una de las grandes aficiones fulgencianas. Le gustaba tanto observar a las personas en carne y hueso como a través de los párrafos en donde los describen los autores de sus novelas predilectas.
Por La Ribera de Curtidores avanzaban dando saltitos y regalando pastelillos los harekrisnas, animados con su musiquita y el mantra habitual: "¡hare! ¡hare!, ¡rana!, ¡rana"
Gentes de todo tipo y condición se apretujan o se cortaban el paso, sudaban o pasaban frío, compraban o miraban en los diferentes puestos de miles de diferentes artículos.
"¡Uno, dos y tres..., uno, dos y tres!, ¡lo que usted no quiera para el Rastro es!", cantó en el siglo pasado el cébre Patxi Andión, el que fue el Che Guevara en el teatro y hoy es profesor universitario.
Por la tarde se encerró en casa a "revisar" otras dos de las películas que más le gustaban: "Trapecio" ( jovencísimos Burt Lancaster, Gina Lollobrigida y Tony Curtis ) y "La tonta del bote", esta última en la versión en blanco y negro protagonizada por Josita Hernán.
El domingo por la mañana se subió a un autobús en Cibeles para acercarse al barrio de La Cañada. Algunas sorpresas le aguardaban allí.

( Continuará )